La filosofía es una excelente y amable enfermera

Texto de Hernán Cabrera M. – Lic. en Filosofía y periodista
Hace muchos años y en los tiempos del cólera, el dengue, la fiebre amarilla, la fiebre H1N1, las recetas eran relativamente fáciles: aislar a los enfermos, dejarlos morir en cabañas, en zonas aisladas y limpiar el área. En este siglo, el combate fue con barbijos y con aislamientos de los sospechosos y con el covid-19, el distanciamiento social, además con transmisión en vivo y directo por las redes sociales, mientras las autoridades de salud hacían gala de su aparente eficiencia.
Tal como acontece hoy con transmisiones al vivo del reporte de muertos, enfermos, recuperados y la vacunas. En estos tiempos, a todas las enfermedades se las combate y cambió con campañas, medicamentos y asistencia especializada y urgente. Pero ya se habló, se discutió, se informó se dijo tanto, pero tanto de la actual pandemia, que ahora no nos referiremos a esta pandemia, que, en el pasado inmediato, las grandes pestes arrasaron con pueblos enteros y los dejaron como fantasmas, extrayendo hasta las médulas de los seres humanos que los habitan.
Ahora se trata de otras pestes, de otros males, de ese que Albert Camus, se preguntaba: Pero ¿qué quiere decir la peste? Es la vida y nada más”. Caramba, ¿es que estamos rodeados de pestes, epidemias y enfermedades? 0 ¿es que la vida misma tiene esas categorías?
Nada escapa a estos aires de globalización, de universalización, de hasta el dolor de las uñas y de los grandes hechos de terrorismo que nos tienen acostumbrados los grupos extremistas de los cuales la Tv se encargar de hacerles penetrar en nuestros hogares y en nuestras mentes. Hay que acostumbrarse a ese ritmo frenético, y hay que tomar las previsiones para la salud orgánica y la salud mental, de lo contrario o nos vamos al camposanto o al manicomio. Ahí estarán las dos opciones, dependerá de cada uno escogerlas o que ellas decidan por nosotros.
El hombre y la mujer de hoy en día, de la era digital y de las grandes convulsiones, no está enfermo, se hacen pasar por enfermos. Las enfermedades que nos tienen encerrados en las burbujas de las crisis y de las especulaciones, son precisamente esas enfermedades de la mente y del entorno social, de esas que le ponen la presión arterial hasta el límite para que le dé una embolia, un paro cardiaco, o de esas otras que le elevan la sangre y la bilirrubina y otras complicaciones de salud mental.
Los bolivianos no solo estamos enfermos del cáncer, de insuficiencia cardíaca, del páncreas, de apendicitis, de las fiebres, del VIH Sida, del covid-19, también estamos enfermos de otros males, de otras pestes, de esas que no se ven, pero que penetran en el organismo y cuando lo hacen es casi imposible que salgan.
Nuestros males son la ira, la intolerancia, el enoje, el desorden, la indisciplina y para ello no hay remedios que valgan ni paracetamol, dolalgial, diclofenaco, enalapril, complejo B, tricalma, propanolol, buscapina, etc. Ni tampoco los mejores médicos de todas las especialidades, ni clínicas modernas, ni hospitales de primer, segundo tercer nivel con todas las comodidades, sino que para esas disfunciones son otros los remedios que se deben rectar, porque se trata de llegar al corazón, al alma y a l mente de los hombres y mujeres del Estado Plurinacional.
Esas propuestas médicas que se pueden traducir en una buena lectura de l os textos de “El banquete” de Platón, “Etica a Nicomaco” de Aristóteles, “Pensamientos” de Pascal, “Los ensayos” de Montaigne, “Temblor y temblor” de Kierkegaard, “El mundo como voluntad de representación” de Shopenhuaer, “Así habló Zaratustra” de Nietzsche, “Confesiones” de San Agustín, “Las anacletas” de Confucio, “El muro” de Sartre, “Consolaciones de la filosofía” de Boecio y muchas otras alternativas, como dice este texto de Boecio: “Las nubes de mi aflicción se disiparon y bebí de la luz. Con mis pensamientos en orden giré para examinar el rostro de mi médico. Volvió los ojos y posé mi mirada en ella, y vi que era la enfermera en cuya casa me habían cuidado desde la juventud: la filosofía”.
Debemos agregarle al conjunto de las enfermedades presentes en la sociedad boliviana, ante las cuales siempre es insuficiente el sistema público de salud, la intensidad de la dimensión política que viene coadyuvando para que sintamos con más fuerza el nivel de stress, de los ataques de nerviosismos entre los ciudadanos, de que no me mires que nos agarramos a puños en plena calle, o que si lo miras de reojo de asaltan, te golpean, de hieren y hasta te pueden matar por un simple celular, por tu cartera y por tu vehículo. Caramba, estamos en camilla y urge reaccionar de forma conjunta y muy cercanamente a lo humano, a la solidaridad humana.
Al fin y al cabo, son síntomas de una sociedad enferma, no en terapia intensiva, pero una vez más que desde la filosofía podemos enfrentar, así como nos plantea el emperador romano Marco Aurelio: “El tiempo y la vida humana no es más que un punto, y su sustancia un flujo, y sus percepciones torpes, y la composición del cuerpo corruptible, y el alma un torbellino, y la fortuna inescrutable, la fama algo sin sentido. ¿Qué puede pues guiar a un hombre? Una única cosa, la filosofía”.
