¿Para qué y por qué filosofar en pandemia?

Hace 3.000, 2.000, 1.000, 500, 200, 100 años la humanidad tiene una compañera imprescindible, necesaria y revitalizante. No son las herramientas, ni el fuego, ni la ciencia. Es un camino permanente y que nunca acaba, y que a veces o muchas veces no queremos transitarlo, porque estamos muy ocupados en el trabajo, en las reuniones, en el celular, en los conflictos, en la lucha por la vida. Pero esta lucha se puede ver fortalecida por ella, que no está a la venta, ni se alquila, es de libre y gratuito acceso para cualquiera.
Ella es la filosofía, el camino, el arte, el pensar, el descubrirse sus potencialidades y fortalecer su espíritu interior. Porque al fin y al cabo, todos llevamos un filósofo interior, así como nos lo explicó Lou Marinoff y Daisaku Ikeda.
Así que de forma determinante y contundente deja que se atraviese por tu camino la filosofía del martillo de Nietzsche, el renovado afán de vivir de Shopenhuaer, el temblor y temor de Kierkegaard, el viaje interior de Paul Auster, la bondad y la sabiduría de Platón, la elección de elegir y ser libre de Sartre, la fuerza de existir de Spinoza, el cambio siempre el cambio de Heráclito, el impulso vital de Bergson, la conducta adecuada de Confucio, una vida sin fin de Asimov, la belleza descubierta de Sheley, la alegría del amor de Aristóteles, las tareas de la vida de Montaigne, un viaje por las estrellas de Stanislaw Lem, la obediencia de la ley de Rousseau, la sabiduría humilde de Sócrates, el amor inconmensurable de San Agustín, la locura del amor de Shakespeare, la inmensa alegría de servir de Mistral, la belleza del alma de Puskhin, la excitación de vivir de Virginia Wolf, la grandiosidad y el drama de Goethe, el canto al amor y los enamorados de Shakeaspere, la belleza y la dulzura de la escritura de Zweig, el silencio y la poesía de Edmundo Camargo, el silencio y la metamorfosis de Franz Kafka, la resurrección después de la guerra de Tolstoi, el sentirse habitado y deshabitado como lo vivió Marcelo Quiroga Santa Cruz, la embriaguez permanente de Jaime Saenz, la poderosa creatividad de Mishima, la locura y la batalla interna de Hemingway; la fuerza creadora de Susan Sontag; el capitán energía de John Irving. ¿Para qué?
Acá las repuestas: Para pensar por ti mismo (Baruch Spinoza), que seas artífice de tu propia aventura (Miguel de Cervantes), que seas un testimonio para la humanidad (Ernesto Sábato). Pero fundamentalmente para seguir la ruta que nos plantea André Comte-Sponvile: “Pero sin filosofar, no podemos en absoluto pensar nuestra vida y vivir nuestro pensamiento: la filosofía es precisamente esto”, Invitación a la filosofía, 2000.
A estas alturas de nuestra ajetreada existencia, no hay otra opción: hacer que el camino te recorra, porque te eligió para sigas el curso, no para detenerte y pararte, porque atrás estaba el abismo. Ya no había modo de mirar atrás, ni retroceder. Las cartas estaban listas para ser jugadas y levantó los ánimos de todos esos fantasmas que siempre lo acompañaban. A quienes les iba a molestar de forma continua y los sacarías de sus sueños y meditaciones, para que alguna vez en sus vidas, sus pensamientos y sus libros puedan repercutir y cultivar las opciones y los senderos que nos toca recorrer en este hermoso, fugaz y eterno en las sociedades donde nos desenvolvemos.
Al fin y al cabo, todos somos filósofos, porque siempre tomamos una actitud frente a la vida y a la muerte, frente a la bondad y a la maldad, frente a la felicidad e infelicidad, frente a la negación o al impulso a seguir adelante. No somos indiferentes ante la serie de hechos que nos afectan directa o indirectamente, siempre nuestro cerebro está funcionando, está pensando qué hacer, cómo reaccionar y qué decir. Y en esta dinámica, en el inconsciente nos planteamos, entre dudas y certezas, el filósofo Friederich Nietzsche nos pedía a gritos “darse a sí mismo una dirección” y el autor de Aurora, remata con una poderosa invitación que el hombre y la mujer “aprendan sobre todo a vivir”.
De modo que tenemos miles miles miles de kilómetros que recorrer, pero no te asustes, que el trayecto será intenso, productivo, dinámico y plagado de enseñanzas que nos dejaron hace 50, 100. 200, 300, 500 o 1.000 o más años esa buena gente, que usó gran parte de su tiempo a pensarse a sí mismo y reflexionar el universo, la vida, la paz, el amor, la muerte, el trabajo, la justicia, las libertades, la democracia, la moral, la ética, de modo que no descubriremos nada, ni inventaremos la pólvora, ni nos perderemos en nuevas teorías o disquisiciones ideológicas, sino que tomaremos la vida con filosofía, porque hay mucho que recorrer para filosofar la vida.
Algo así nos deja plasmado Nietzsche: “Todo arte o filosofía puede considerarse como medio auxiliar y de salvación al servicio de una vida que crece y que luche”. Preciso y hermoso, verdad?.
Así que a tomarse la vida con filosofía y es el camino que tenemos que recorrer, pero rodeado de la naturaleza, de las personas, de los problemas, de las necesidades y de los desafíos que todo ser humano tiene en este viaje por la tierra. Así como dice el protagonista de Herman Melville, en su librito Bartleby, el escribiente: “Soy un hombre a quien desde su juventud le ha invadido una profunda convicción, la de que la mejor forma de vida es la más sencilla”.
