Gas natural. De potencia energética a mini busero de gas.

Gas natural. De potencia energética a mini busero de gas.

Columna de Gonzalo Chávez A.

Hace muchos años, cuando hacía mi tesis de maestría sobre economía y relaciones internacionales en el Instituto de Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, tuve que regresar a Bolivia para realizar el trabajo de campo. Fue entonces cuando tuve la suerte de entrevistar a dos visionarios bolivianos que, además de compartirme generosamente su tiempo y conocimientos, terminaron convirtiéndose en mis mentores y, con los años, en entrañables amigos. Me refiero al ingeniero Carlos Miranda y al ingeniero Herbert Müller. Mi tesis giraba en torno a las relaciones económicas y políticas entre Brasil y Bolivia, y por supuesto, el corazón palpitante del análisis era el comercio de gas natural.

En esa época, ellos me compartieron una visión ambiciosa, casi profética: convertir a Bolivia en el gran hub de distribución de gas natural del Cono Sur. Una Bolivia que no solo vendía gas, sino que promovía la integración latinoamericana a través de sus moléculas, con ductos que no solo cruzaban fronteras, sino que tejían alianzas estrategias. Era una idea poderosa que aunque se implementó parcialmente y generó enorme riqueza para el país.

En 2014, Bolivia exportaba 6.500 millones de dólares en gas natural. El Estado recibía más de 5.400 millones en renta petrolera. Éramos, sin rubor, la Arabia Saudita del Cono Sur. Ese mismo año fui invitado a una conferencia mundial de gas natural en San Diego, California. No como espectador anónimo, sino tratado como un jeque andino recién aterrizado de Villazón. A mi llegada de avión, a diferencia del resto de los pasajeros, no salí por la manga sino por una escalerilla especial. En la pista me esperaba una limusina con un Macallan 18 años. En vaso corto, claro, con hielo esférico de derretimiento lento, como correspondía a la solemnidad de la ocasión.

Llegué al hotel y no pasé por la recepción: subí directo a mi suite, que incluía piscina interior y mi credencial dorada para el seminario esta sobre un coqueto escritorio. Desayuné como emperador y partí al centro de convenciones al seminario internacional sobre gas natural nuevamente en limusina. Afuera, una multitud de más de mil personas se agolpaba para entrar. Pero bastó mostrar mi credencial para que el gentío se abriera como el Mar Rojo. Había llegado el Moisés del Gas boliviano.

En la inauguración, un mapa del continente me explicó por qué tanto protocolo y tratamiento Vip: La Bolivia del futuro estaba al centro de una vasta red de gasoductos que se extendía hacia Argentina, Brasil, Chile, Perú y Paraguay. Éramos el corazón de la integración energética sudamericana. El Señor de los anillos y productor más importante de gas de la región. Todo el gas pasaba por aquí. Todo. Éramos el centro del juego. Así nos veían y proyectaban. En la época me dije: ¡Cuanta razón tenían Carlos y Hebert!

Algunos años después, en 2022, volví al mismo evento internacional. Pero la película había cambiado. Esta vez, en el aeropuerto no me esperaba nadie. Tomé un bus de transporte local. El hotel era un lugar honesto pero modesto, con una habitación al lado de la cocina, cama de soltero y un baño al que había que entrar de lado y con fe. No hubo champán, ni whisky, ni credencial dorada y tampoco desayuno incluido. Solo un bagel con queso crema y un juguito de naranja en caja comprado en un camión de comida fuera del hotel.

Para ingresar al evento, tuve que hacer una fila eterna y enfrentar una multitud a codazos. Me asignaron asiento al fondo del auditorio, con vista parcial… a una columna. El nuevo mapa continental fue más elocuente que cualquier discurso: de los múltiples gasoductos que se proyectaban que salían de Bolivia, solo quedaban dos (Argentina y Brasil). En cambio, alrededor del continente, como si nos estuvieran cercando, habían brotado una decena de plantas de gas natural licuado (LNG), como hongos tecnológicos con capacidad exportadora. Bolivia había dejado de ser el centro. Ya no era el hub. Ni siquiera el nodo. Éramos un país “de paso”.

Nuestros vecinos, mientras tanto, habían hecho la tarea. Argentina decidió invertir en serio en su soberanía energética, apostando por Vaca Muerta y construyendo el gasoducto Néstor Kirchner. Brasil tomó nota y siguió un camino similar. Ambos comprendieron algo básico: los países no tienen amigos, tienen intereses. Nosotros, en cambio, apostamos por el discurso, la renta fácil y el dejar hacer… al destino. Peor aún no invertimos en exploración de nuevos de gas y apostamos a más mercados.

Así llegamos al presente. Hoy, se celebra con redoble de tambores y no pocos violines patrióticos el “histórico” anuncio de que los ductos bolivianos comenzarán a transportar gas… argentino. Sí, ese mismo sistema de tubos que una vez hizo soñar a mis mentores con la integración energética continental, hoy se alquila como cañería de paso. Lo llaman “triunfo estratégico”, aunque huele más a premio consuelo para quienes lograron la hazaña de jubilar prematuramente a la gallina de los huevos de oro, YPFB,  sin siquiera consultarle al gallinero.

¿Y cuánto ganaremos con este alquiler? Hasta 200 millones de dólares por año. Lo repito: doscientos millones. No está mal, claro. Pero cuando uno recuerda que llegamos a generar 6.500 millones de dólares anuales transportando nuestro gas, el contraste resulta… dramático. Es como vender el penthouse y quedarse alquilando el garaje. Con suerte.

Y lo más pintoresco de todo es que a futuro podríamos usar esos mismos ductos para comprar gas de la Argentina. Es decir, alquilar el tubo, pagar el gas, y encima agradecer. La integración latinoamericana en modo bumerán.

Pero no todo está perdido. Las infraestructuras existen. El recurso sigue ahí. Lo que falta es decisión, visión, política pública seria. Si invertimos en exploración, si recuperamos nuestra capacidad técnica y renegociamos con inteligencia, es posible que en el mediano y largo plazo volvamos al mapa. Que volvamos del país de paso… a un actor relevante como lo visualizaron Carlos Miranda y Herbert Müller. Pero eso no será con este gobierno que enterró con la tierra de la competencia al sector gas.

 

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