Acaso debemos morir para renacer un poquito mejores

Acaso debemos morir para renacer un poquito mejores

Acaso debemos morir para renacer un poquito mejores

Los desfalcos, robos, hurtos, negligencias, nepotismos de los funcionarios públicos no solo atentan contra la economía de cada uno de los bolivianos formales, legales y que, a diario, se ponen sobre sus hombros el crecimiento económico de Bolivia, sino que, además, degradan los principios de sobrevivencia de quienes menos tienen para vivir.

En el último informe elaborado por Transparencia Internacional, Bolivia mantiene de manera preocupante sus niveles de corrupción, desde los últimos 16 años. El país se ubica en el puesto 126 de entre 180 naciones. Quiere decir, que estamos en la antesala del sótano.

Estos valores confirman la enorme degradación del manejo de la cosa pública en todas las instituciones. No sólo del ejecutivo y legislativo, sino también, y es lo más delicado, en municipios pequeños y grandes y en las gobernaciones. Nadie se salva. La mala práctica es, precisamente, la práctica habitual.

Quizás, la muestra de mayor podredumbre es la Policía Nacional carcomida por el narcotráfico, por las extorsiones diarias a la población de a pie y conductores que cometen o no infracciones. Todo les sirve y todos “deben” pagar sus cuotas.

La corrupción en la obra pública (casi en su totalidad entregada a empresas chinas o ligadas al burdo club de países del socialismo del SXXI) alcanza dimensiones dantescas; y lo son, no por una grandilocuencia, sino por el daño irreversible hacia el bienestar y futuro de todos los bolivianos que tienen trabajos y negocios legales en el país.

Lo alarmante, además, es que la sociedad boliviana está mostrando una marcada indiferencia ante esta costumbre tan negativa. Puede incluso afirmarse que la falta de una amplia condena social derivó en una Justicia condescendiente y a veces asociada a la corrupción. Esta es la derivación que puede afectar más sensiblemente la seguridad jurídica requerida por inversores foráneas y del propio trabajo seguro de las empresas, pequeñas, medianas y grandes.

Este es uno de los frentes que cualquier nuevo frente político partidario o liderazgo regional o nacional deberá enfrentar y derruir desde sus bases. El Estado es cada vez más grande, más burocrático, más abusivo y, por supuesto, más corrupto.

Es prioridad que la clase política madure y junto al sector productivo del país, avancemos hacia una sociedad abierta y competitiva con libertad para trabajar, producir y comerciar. Sino terminamos por entender que el daño que ocasiona la corrupción excede holgadamente el valor nominal de los fondos mal habidos. La decisión de un funcionario movida por una coima no solo carga sobre los contribuyentes los fondos derivados al cohecho, sino que lleva a decisiones muchas veces inconvenientes o incluso perjudiciales para la comunidad.

Por muchos años habrá sobrecostos o deficiencias de calidad en todo el sector público, tramitología anacrónica y una serie de trabas que para destrabar se seguirá obligando al ciudadano de a pie a ser parte de la red de corrupción. Algo que destruye el tejido social de la confianza y de la moralidad. Cada vez somos más inciviles y más degradados por todo este entramado corrupto.

El combate contra las prácticas corruptas se ha extendido en el mundo desarrollado y el compliance – o la legalidad -está hoy en todas las agendas corporativas. En los años 70 Estados Unidos puso foco en la actuación de sus empresas en el resto del mundo. En 1977 se dictó el Acta sobre Prácticas Corruptas en el Extranjero, que penalizaba severamente a empresas y personas que incurrieran en forma directa o indirecta en esas acciones. Desde 2016 tiene vigencia la Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción. La OCDE tiene su convención antisobornos.

Hoy Bolivia forma parte de un club selecto de países totalitarios, dictatoriales y profundamente corruptos: Nicaragua, Cuba, Venezuela, Rusia y Argentina con un matrimonio Kirchnerista que fue realmente nefasto para los argentinos. ¿Es que acaso ya no tenemos solución? ¿El cáncer ya hecho metástasis? ¿Somos un paciente terminal? Si es así, ¿acaso deberíamos morir para luego renacer en algo mucho mejor?

Texto de Javier Medrano

Comunicador y experto en Gestión Estratégica.

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