Después de la super ventas de su libro “Cómo mueren las democracias” (Ed. Ariel. 2018), el politólogo de la Universidad de Harvard, Daniel Ziblatt, nos provoca con una edición titulada “La dictadura de la minoría” (Ed. Ariel. 2023), donde sostiene que los sistemas democráticos están fatigados in extremis por culpa de las minorías que provocan que los partidos políticos mayoritarios asuman posturas rígidas, autoritarias, demagógicas y autocráticas.
Para el experto, no se analizan todas las piezas del tablero para comprender las causas de esta rudeza política, de este camino del autoritarismo en las democracias. Y una de las causas que esgrime el autor es el de las dictaduras de las minorías.
La lucha constante, por ejemplo, casi histórica, del Estado boliviano contra los gremialistas, contrabandistas, choferes sindicalizados, juntas vecinales, mineros cooperativistas, cocaleros, interculturales, avasalladores de tierras y una lista larguísima de minorías dictadorzuelas que bloquean, chantajean, extorsionan a los gobiernos de turno, es sencillamente, agotadora. Nadie se salva.
La lectura es simple y compleja al mismo tiempo. En estas épocas, las democracias están enfrentadas cuando las mayorías electorales son incapaces de alcanzar el poder y, cuando lo logran, no pueden gobernar, porque aquellos grupos pequeños tienen un poder de chantaje extraordinario. Poniendo en gravísimo riesgo la institucionalidad y la democracia.
El espinosísimo problema es que tanto los que los defienden, como los que los atacan, se erosionan rápidamente e ingresan en un bucle ineficiente y atentatorio contra los derechos de la población, sus libertades y sus resguardos constitucionales. Y si a esto sumamos la anomia de poder, la negligencia de las administraciones gubernamentales y la constante y creciente corrupción para “calmar la sed” de cada dirigente vecinal o sindicalista, estamos en un pandemónium.
Este análisis - sobre las actuales democracias, a nivel mundial -, nos advierte que enfrentar a un líder totalitario es muy desgastante para todos. Sean del bando que sean. Y su decadencia es acelerada y altamente incendiaria.
Un ejemplo clarísimo de estas lasitudes en la sociedad es el rifirrafe que están sosteniendo dos demagogos populistas: uno de izquierdas y otro de derechas. Me refiero a Pedro Sánchez, Primer ministro de España que mantiene un conato con Javier Milei, Presidente de Argentina. Ambos se dijeron de todo y las relaciones diplomáticas están resquebrajadas.
Para muchos analistas ibéricos, es muy evidente la fatiga de los españoles con Sánchez y sus constantes dislates y agresiones autoritarias, a la interna de la política española y, a la externa, con sus agresiones diplomáticas. “Ya nadie se lo banca”, esgrimen los estudios publicados en España sobre el comportamiento de Sánchez. Este político español ha cruzado todas las líneas rojas, sólo por mantenerse en el poder de una manera angurrienta. Sea cual fuese el coste, está dispuesto a pagar la factura y quemar todas sus naves autoritarias, si es necesario. Algo que ya los españoles no están dispuestos a aceptar.
Por otro lado, tenemos a un loco Milei que, literalmente, le tiró la sopa a Sánchez. No puedes esperar una reacción lógica o mesurada de alguien que rompe guiones y grita lo que le da la gana a diestra y siniestra. Que en su momento fue hipnótico para propios y ajenos, seguro que sí. Pero, esta conducta vocinglera no puede sostenerse en el tiempo. Mas temprano que tarde, Milei empezará a sentir el desgaste y el cansancio de los argentinos, que ahora buscan – desesperadamente -, certidumbre, madurez y sobriedad frente una crisis económica tan profunda que debe ser resuelta de manera inteligente y no a los gritos.
Ziblatt, advierte, además, que estos escenarios empujan a los partidos políticos a convertirse en los principales enemigos de la democracia y las libertades civiles, ya que durante las épocas de aguas agitadas, la tentación de imponer voluntades a punta de martillazos y decisiones unilaterales y arbitrarias es el único camino. Sino pregúntenle a Bukele.
Y, lo hacen, precisamente porque esas minorías bloquean el paso a un gobierno de mayorías, tensando la cuerda y obligando, casi sin opción, a que los gobierno pasen a ser rígidos en sus juicios y busquen “imponer” por la fuerza su visión política.
Una ratonera en la que gato y el ratón mueren asfixiados entre sus propias colas.
Texto de Javier Medrano - Periodista