Las reuniones del Movimiento al Socialismo (MAS) solían ser asuntos soporíferos. Ya no más. Hoy en día estallan en peleas, con botellas y sillas volando por encima de la refriega, antes de ser dispersadas con gas lacrimógeno.
El cambio refleja una grieta en la cúpula del partido gobernante de Bolivia, donde el presidente Luis Arce y Evo Morales, un ex mandatario, están luchando por liderar el MAS en las elecciones del próximo año. Ha paralizado al gobierno, dividido a los grupos indígenas y laborales que forman la base del partido y ofrecido a la oposición su primera oportunidad de poder real en casi 20 años.
En 2005, Morales llevó al MAS a ganar la primera mayoría en la política boliviana desde que el país regresó a la democracia en 1982. En la siguiente elección ganó una supermayoría en el congreso. El MAS ha gobernado Bolivia durante todos los años, excepto uno, desde entonces. Morales, un ex productor de coca que expulsó a la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) de Bolivia, se convirtió en un ícono de la izquierda.
La hegemonía se resquebrajó en 2019 cuando Morales se postuló para un tercer mandato consecutivo inconstitucional. Ganó, pero las acusaciones de fraude desencadenaron protestas. El ejército pidió a Morales que renunciara, lo cual hizo, y se exilió. Un gobierno interino tomó el control durante un año —una transición de poder que el MAS ahora ve como un golpe— antes de que el MAS regresara al poder bajo el mando de Arce, el candidato elegido por Morales, en 2020. Morales regresó a Bolivia, con la vista puesta en las elecciones de 2025.
Pronto quedó claro que Arce quería permanecer en el poder. Morales cuenta con el apoyo de sus exministros y sindicatos de trabajadores rurales. Arce, que carece del carisma de Morales, controla el estado y su generosidad. Hasta hace poco, muchos bolivianos consideraban a Arce la elección económica prudente, debido al fuerte crecimiento mientras fue ministro de finanzas bajo el mando de Morales y a la baja inflación desde que se convirtió en presidente. Pero una economía tambaleante está cambiando eso.
La lucha ha paralizado al gobierno. Arce no puede contar con los votos de los legisladores leales a Morales. Esto limita su respuesta a una crisis económica derivada del agotamiento de las reservas de divisas de Bolivia. Ha tenido dificultades para obtener la aprobación legislativa para tomar préstamos de bancos multilaterales de desarrollo, y no puede aprobar una ley que permita a empresas extranjeras extraer litio boliviano. Un colapso destruiría la reputación de Arce.
Los intentos de reconciliación, como la realización de un congreso nacional del partido, han fracasado; Arce y Morales celebraron cada uno su propio congreso y negaron la legitimidad del otro. Morales ha desafiado a Arce a competir con él en primarias, pero el gobierno insiste en que la constitución prohíbe a Morales postularse. Morales advierte de una “convulsión” en Bolivia si es descalificado.
La oposición huele una oportunidad. Carlos Mesa, un expresidente, bien podría postularse nuevamente por Comunidad Ciudadana, una coalición de centristas. Luis Fernando Camacho, en detención preventiva por un presunto papel en el “golpe” de 2019, podría postularse por Creemos, un partido de derecha. Muchos otros se han unido a la carrera, todos llamando a unir a la oposición. Ninguno de ellos parece entusiasmar a los votantes. Solo Morales y Arce pueden mantener al MAS fuera del poder.