El último debate presidencial entre Joe Biden – actual Presidente de Estados Unidos – y el ex mandatario americano Donald Trump, hizo estallar todas las alarmas en la política norteamericana, cuando el partido demócrata no pudo ocultar – por enésima vez - la senitud de su candidato y los republicanos, por su parte, no lograron frenar el odio y resentimiento de un desbocado candidato.
La pelea por liderar a uno de los países más poderosos del mundo, está entre un anciano y un convicto de la ley. Ya el escritor británico Niall Ferguson, en un extraordinario libro (Coloso. Auge y decadencia del imperio americano. Editorial Debate) advierte que Estados Unidos sufre - tal y como le pasó a la China imperial, hace 200 años atrás - de un sistema político caótico causado, en muchos casos, por aparatos burocráticos tan grandes como monstruosos y por un marcado olvido de problemáticas gravísimas al interior de sus propias fronteras, mientras prioriza la incursión en otros países.
La abolición de derechos progresistas, como el que garantizó a las mujeres decidir sobre su propio cuerpo, y la exaltación de políticas retrógradas que permiten que los ciudadanos comunes porten armas de fuego, o el masivo consumo de drogas y alcohol de los norteamericanos, son síntomas que para Ferguson, se deben leer como elementos claros de una decadencia estadounidense. Un país cuya expansión, no sólo a través de la territorialidad sino del pensamiento, impregnó en el planeta la falacia de venderse como la nación de las libertades y de un sueño que, cada vez más, se convierte en una horrible pesadilla.
El analista británico también alerta que así como Estados Unidos debe asumir un desafío descomunal de equilibrios políticos, sociales y económicos internos, su principal rival histórico Rusia tampoco escapa a esta descomposición. Para muchos historiadores, Rusia se presenta como un imperio sobrevalorado. De una potencia tiránica y asesina bajo el puño de hierro de Stalin, pasó a ser una potencia mafiosa liderada por un criminal y corrupto Putin y cuya guerra con Ucrania desnudó a un ejército rojo ineficiente y casi anticuado. No en vano salió a pedir ayuda y se rindió a los pies del nuevo imperio dominante en el mundo: China.
Pero hay un dato más que hace de este análisis, una mirada interesante. Estados Unidos será en un futuro próximo un país de minorías. Sólo el voto hispano representa la friolera de 36 millones de electores, que este 5 de noviembre saldrán en masa a sufragar en contraste con la histórica apatía del elector norteamericano. Será la peor pesadilla de Donald Trump, que sueña con “hacer América grande otra vez” - como dice su desgastado eslogan -, expulsando del país a millones de inmigrantes.
No en vano, es preciso recordar que Biden llegó a la Casa Blanca respaldado por seis de cada diez latinos que votaron en las anteriores elecciones presidenciales, pero que hoy hay serias dudas de que pueda contar con este mismo apoyo cuatro años después. Trump, a pesar de su dura retórica antinmigrante y en ocasiones abiertamente racista, estaría ganado en popularidad entre los jóvenes votantes de la comunidad hispana, cuyos padres y abuelos tradicionalmente apoyaron de forma mayoritaria a los demócratas.
De acuerdo a un sondeo elaborado por The New York Times, solo el 28% de los latinos votó por Trump. En 2020, fue el 38% y, este año, el republicano podría obtener el 46% de los apoyos; un 6 por ciento más que Biden. Los hispanos son suficientes para inclinar la balanza hacia cualquiera de los lados, pero nada es fijo o para siempre y en política todo puede pasar.
Los latinos con derecho a voto, ya son la primera minoría del país por delante de los afroamericanos. Son el segundo grupo étnico que más ha aumentado y que sólo fue superado por los asiáticos (15%), quienes suman dos millones de votantes este año y se ubican en 15 millones de electores.
La elección de noviembre se definirá en seis Estados. Es ahí donde la batalla por el apoyo hispano será especialmente dura. En la lista están Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin. En su conjunto suman 77 votos de los 270 necesarios para llegar a la Casa Blanca. En cada uno de estos territorios, los dos partidos se han lanzado a la conquista de un voto que ni es uniforme ni está asegurado. La mayor falacia sobre los latinos es creer que actúan como un monolito. Antes quizás. Ahora son dispersos, contradictorios y muy, pero muy desinformados.