El muelle del puerto pesquero de Batrún, al norte de Beirut, está repleto de barcas que no salen a faenar. La desaparición del turismo por la guerra en el Líbano ha hundido los pedidos de pescado que restaurantes y hoteles de esta localidad pesquera realizaban para cumplir con las expectativas de los visitantes.
La situación de los pescadores empeoró aún más el pasado sábado, cuando las tropas navales israelíes, en una operación especial, asaltaron una cala del municipio y capturaron a "un alto miembro de Hizbulá" en uno de sus chalets, a escasos metros del puerto pesquero rodeado de restaurantes y tiendas cuyo reclamo turístico es el pescado fresco diario de los pescadores locales.
"Llegaron de la nada. Atracaron (el bote) en mitad de la cala. Saltaron a tierra y entraron en ese edificio. Salieron rápidamente con un hombre y desaparecieron en el horizonte", relata a EFE un hombre, que prefiere no decir su nombre, mientras repara una red.
"Estamos tocados y hundidos", añade. El miedo de la guerra, concentrada especialmente en el sur y en el valle oriental de la Bekaa, se ha extendido también a esta localidad norteña, conocida por sus imágenes idílicas y lugares de postales, antes concurridos por turistas, ahora vacíos.
Sin ventas a restaurantes
La pesca tradicional es el motor de este pueblo, pero desde hace semanas son pocos los pescadores que se hacen a la mar y una gran mayoría del más de medio centenar de barcas permanecen amarradas en el puerto, mientras algunos pocos optan por pescar con caña y cubo entre las rocas para cubrir un mínimo de ventas y su consumo propio.
Ahmed -nombre ficticio- es uno de ellos. Desde el asalto, explica, solo pescan cuatro o cinco hombres, cuando normalmente lo hacía cerca de una veintena en la cala y otros tantos en sus botes, que se turnaban según el día de la semana.
Otro de sus compañeros cuenta que antes solían vender decenas de kilos de pescado fresco a los restaurantes y pescaderías del pueblo y de localidades próximas, pero en ausencia de turistas, han reducido las capturas y muchas se las llevan a casa para consumo propio.
"Si los restaurantes no compran los peces, vendemos a tiendas de pescado o nos los comemos", añade. El problema es que, aunque no les falte un plato de comida en la mesa, las facturas no se pagan solas y cada vez es más difícil colocar el producto.
Solo turismo local
En uno de los restaurantes con vistas al puerto pesquero, un grupo de cinco personas se sienta en la mesa con mejor panorámica. Pueden escoger asiento, porque el resto del local está vacío. Un camarero les atiende diligentemente, puede dedicarles todo el tiempo del mundo porque no tiene a nadie más a quien servir.
"La clientela se ha reducido más del 50 % en los últimos días. Ya no vienen extranjeros, solo libaneses o gente del pueblo", dice el camarero mientras prepara los cubiertos para los recién llegados comensales.
No solo ha bajado la afluencia de clientes, también los ingresos porque "los que vienen también están pasando por una situación complicada y no pueden consumir mucho".
Uno de los clientes, vecino de la localidad, afirma que viene a este establecimiento porque conoce al dueño y sabe que no está pasando por un buen momento. "No puedo aportar mucho, pero así nos apoyamos entre todos", apunta.
Otro restaurante, ubicado en pleno zoco de Batrún, se encuentra en una situación similar. Solo una pareja ocupa una de sus mesas, mientras mira la carta y busca una opción barata para compartir.
"Así son nuestros días ahora", comenta el jefe de sala, quien afirma que tienen que hacer malabares para cuadrar caja y poder pagar a trabajadores y a los pescadores que les proveen.
Los ingresos se han reducido más de un 60 % y las ganancias dan para lo justo. Tendrá que reducir el próximo pedido o congelar algunas piezas para evitar que se echen a perder. Mientras, sigue pendiente de la puerta, esperando la llegada de clientes que no aparecen. EFE
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