Donald Trump puede hacer grande a Europa

Donald Trump puede hacer grande a Europa

La frase es del interesante ex primer ministro italiano Enrico Letta: “Trump puede hacer grande a Europa”. O sea, que en vez del MAGA (Make América Great Again), que es el slogan motor del presidente, pues MEGA (Make Europe Great Again).

Las últimas jornadas han sido muy tensas en la Casa Blanca con peleas internas, casi al límite de agresiones, siempre con Elon Musk en el centro, hasta el punto de forzar su salida porque la cotización de su empresa Tesla se derrumbaba (cayó hasta un 71 por ciento). El Fondo Monetario Internacional ha rebajado al 2,8 por ciento la previsión global de crecimiento (medio punto menos de lo inicialmente previsto) y el pronóstico para Estados Unidos le recorta casi un punto. Menudo éxito. Otros países sufren más, cierto, como México, al que la guerra comercial le aboca a una recesión. China, impertérrita, muestra su faz más rígida cuando aprecia que Trump recorta amenazas arancelarias previas porque las bolsas caen y eso envalentona a Xi Jinping. Por no hablar del dramático fondo de la cuestión y es que Estados Unidos ha mantenido un nivel de vida apreciable, en parte, gracias al ahorro chino.

El profesor Manuel Castells, ha publicado un valiente y clarividente artículo que debería estremecer al entorno de Trump. “La autodestrucción de Estados Unidos” se refiere a la voladura de los tres pilares sobre los que ese país se hizo “grande”, a saber, su capacidad tecnológica-científica, su poderío militar y la inmigración. Lo que determina el poder militar, además del presupuesto, es la capacidad tecnológica que, a su vez, depende de la investigación básica que se hace en las Universidades. La guerrilla trumpiana cortando subvenciones de las Universidades, salvo que sus alumnos y profesores denuncien a colegas por simpatías pro palestinas, como ha sucedido en Columbia, está en la base de una posible fuga de científicos que exploran posibilidades de traslado a países sin un estado de derecho tan amenazado.

Afirma con datos Castells que “la inmigración siempre ha sido en Estados Unidos un motor de crecimiento no solo cuantitativa, sino cualitativamente”. Pensemos en que el 40 por ciento de los ingenieros y ejecutivos de Sillicon Valley son extranjeros, destacando preferentemente los de origen indio o chino. Por tanto, “la destrucción del sistema universitario y el cierre de la inmigración atacan elementos esenciales de esa base de poder”, reflexiona. Quizás Trump presiona a las universidades porque allí se cuece una oposición popular contra su autoritarismo. Y concluye rotundamente: “Recuerden que Estados Unidos perdió la guerra del Vietnam en sus propios campus universitarios”.

Entretanto, Europa, y el mundo, lloran la pérdida del gran Papa Francisco. Se pierde un hombre justo, abogado aunque de escaso éxito de los inmigrantes; desaparece un soldado contra la degradación medioambiental y un reformador discreto de la Iglesia
Católica, más abierto en las formas de comunicación y cercanía que aperturista en los dogmas tradicionales. La gran incertidumbre es saber quién lo sustituirá y con qué programa. Para el vicepresidente Vance quedará en su currículum que fue el último mandatario en reunirse con Francisco. ¿Qué le diría, que a las pocas horas nos dejaba por un ictus cerebral? Cabe la especulación sobre un tremendo disgusto papal; como en la súbita muerte de la reina Isabel de Inglaterra, que escuchó el alocado plan de la nueva primera ministra Liz Truss y murió horas después. En los dos casos los fallecidos eran mayores y enfermos. Tan cierto como que la causalidad se repite.

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