La buena noticia, o al menos el consuelo, es que, aunque el presidente Arce ya no será candidato, no ha optado por el abandono total del timón del Estado. Sigue ahí, firme, intentando demostrar que aún gobierna… o al menos que lo intenta. Y eso, en tiempos de vacíos institucionales y crisis, ya es algo. Reconocer que hay inflación y escasez, en este gobierno, ya califica como acto de valentía.
Pero como en toda tragicomedia boliviana, las buenas noticias duran poco. Porque apenas uno revisa las medidas, se da cuenta de que estamos ante otro paquete de “estabilización”, sacado directamente del cajón polvoriento de los años 80, pero con ferias y militares en lugar de tecnócratas y reformas estructurales.
El problema, como siempre, no se toca ni con un palo: el elefante fiscal. Un déficit público que lleva 12 años haciendo dieta inversa, y que en 2023 llegó a niveles del 10% del PIB. Pero el gobierno actúa como si la inflación viniera del contrabando, los especuladores o los bidones. Es decir, se sigue tratando la fiebre con antibióticos, y la hemorragia con pañuelos húmedos.
El menú de soluciones incluye:
• más militares patrullando fronteras, cisternas y estaciones de servicio,
• más ferias populares,
• créditos para producir desde maíz hasta pollitos bebé,
• castigos para quienes “especulan” (también conocidos como comerciantes con calculadora),
• y, por supuesto, regulaciones que intentan administrar el dólar como si fuera un rebaño desobediente.
En resumen, se repite la vieja fórmula del populismo administrativo: creer que con controles, amenazas penales y patrullas se puede frenar un fenómeno estructural causado por desequilibrios macroeconómicos profundos. La inflación no es un delito. La escasez de combustibles no es un sabotaje. Y el dólar no huye por culpa de TikTok.
Mientras tanto, ni una palabra sobre reformar el sistema de subsidios, reducir el gasto, diversificar ingresos públicos o sincerar el tipo de cambio. El déficit sigue como invitado invisible —y peligroso— en todas las reuniones de gabinete.
Lo más irónico es que todo esto ocurre cuando el gobierno ya no tiene que cuidar votos, pero sigue cuidando ficciones. Gobernar sin campaña debería ser una oportunidad para hacer lo correcto, no para insistir en lo insostenible.
Tenemos un gobierno que ya no quiere ganar elecciones, pero que tampoco quiere perder el libreto del control. Un gobierno que no se rinde, pero que tampoco aprende. Que se enfrenta a una crisis estructural… con medidas de feria, soldados y decretos.
Eso sí: el pollo estará más caro, pero el relato sigue subsidiado.