En la antesala de las elecciones generales de 2025, Bolivia presencia un fenómeno que recuerda a uno de los episodios más simbólicos de su historia electoral: el “rochazo” de 2002. En aquel entonces, la intervención del embajador estadounidense, Manuel Rocha, advirtiendo sobre las consecuencias de elegir a Evo Morales, terminó favoreciendo al expresidente, quien canalizó el rechazo a la injerencia externa y emergió como símbolo antiimperialista. Hoy, más de dos décadas después, una nueva declaración con impacto político irrumpe en el escenario: Marcelo Claure, empresario multimillonario de nacionalidades boliviana y estadounidense, afirmó públicamente que no invertiría en el país si Andrónico Rodríguez gana la elección presidencial.
Los paralelismos son evidentes. Ambos episodios involucran advertencias provenientes de figuras asociadas con el poder, ya sea económico o político, de Estados Unidos. Ambas declaraciones se producen en momentos clave de la campaña electoral, cuando los márgenes entre candidatos aún no son contundentes y los indecisos juegan un papel determinante. En ambos casos, los destinatarios del reproche son políticos surgidos del movimiento cocalero del Chapare, con discursos nacionalpopulistas de izquierda, aunque con estilos distintos: Morales, más confrontativo y carismático; Rodríguez, más contenido y menos hábil.
Pero también hay diferencias sustanciales que limitan la comparación. Manuel Rocha era un diplomático en funciones, representante oficial del Estado más poderoso del mundo; un Estado que financiaba la erradicación de la hoja de coca en el Chapare y apoyaba las medidas neoliberales de finales del siglo XX, con consecuencias sociales que no se supo contener. Su declaración fue interpretada, en numerosos sectores populares, no solo como una intromisión en la soberanía boliviana, sino como un acto de chantaje geopolítico. Claure, en cambio, habla desde el sector privado, como empresario global y actor informal en la política boliviana. Su intervención carece de valor diplomático, pero posee otra forma de poder: el capital, financiero y social. Su mensaje se inscribe en el terreno de las presiones del mercado, porque para Claure no rige el principio de no injerencia entre naciones. Se trata de un inversor diciendo lo que todo inversor piensa. No obstante, por su peso específico —social y mediático—, podría revolver ciertos sentimientos nacionalpopulistas remanentes de épocas pasadas. Aunque no en igual medida.
¿Podría ser la declaración de Claure un nuevo “rochazo”? En 2002, la advertencia del embajador Rocha, ahora condenado agente de la dictadura cubana, activó una ola de apoyo a Morales entre sectores populares que percibieron su elección como un acto de dignidad nacional. Pero esa necesidad de soberanía florecía en un contexto específico: casi dos décadas de un modelo político y económico relativamente homogéneo, actores políticos desgastados y una crisis importada desde Asia que causaba estragos. En 2025, esa narrativa todavía existe, aunque con menos fuerza, especialmente en parte del electorado rural y popular que históricamente ha respaldado al MAS. Sin embargo, a pesar de las similitudes del contexto, el modelo y los actores hoy desgastados son sus mismos impulsores. Por tanto, si bien la figura de Claure puede generar ciertos sentimientos soberanistas, su impacto electoral podría ser más bien atenuado por el contexto histórico actual.
Evidentemente, en un momento global de alta desconfianza hacia las élites económicas y políticas, las palabras de Claure podrían ser instrumentalizadas por Rodríguez para movilizar el resentimiento antielitista y dar vida a una campaña que no ha logrado despegar. Según las encuestas más recientes, Rodríguez se encuentra en tercer lugar, con amplia distancia de Tuto [Quiroga] y Samuel Doria Medina, y cayendo en la intención de voto. No obstante, también hay un porcentaje significativo de indecisos, y Bolivia tiene precedentes en los que el apoyo electoral se aceleró exponencialmente en las últimas semanas de campaña. Si bien la tendencia no favorece a Rodríguez, este tipo de episodios, cuando bien explotados, pueden actuar como catalizadores simbólicos.
¿Podría Rodríguez explotar exitosamente la declaración de Claure? En 2002, Morales era una figura en ascenso, con un discurso radicalmente opuesto al statu quo y una relación directa con los movimientos sociales. Rodríguez, en contraste, es candidato con un MAS dividido, y su liderazgo es bastante cuestionado. Tiene un vínculo con la base cocalera, pero no puede aglutinarla sin la venia de Morales. Para catalizar un sentimiento social, no es necesario solo un suceso. Es necesario también un líder carismático, con temple y aptitud, que movilice sectores sociales. Rodríguez no ha demostrado dichas cualidades. Al menos por ahora, el hijo político de Morales no aglutina ni moviliza. Y el tiempo corre.
La declaración de Claure no es un nuevo “rochazo”, pero sí evoca su lógica: advertencias que, en lugar de debilitar al candidato popular, podrían llegar a fortalecerlo al convertirlo en víctima de una supuesta conspiración de las élites económicas. Rodríguez podría capitalizar este episodio para reconfigurar su imagen como un político soberanista y antiimperialista, a medida del discurso de Morales de los 2000. No obstante, ni el contexto histórico ni el perfil político parecen estar de su lado. La potencia simbólica es —y seguirá siendo— un recurso importante en la comunicación política en Bolivia. Pero su potencial depende, en última instancia, de que otras condiciones objetivas se alineen y le den coherencia frente a la opinión pública.