El panorama electoral boliviano se encuentra sumido en una profunda incertidumbre. La fiabilidad de las encuestas es cuestionada, y un volumen sin precedentes de votos blancos, nulos e indecisos se perfila como el gran definidor de los resultados. La experiencia comparada en América Latina, desde Perú en 2021 hasta Colombia y Chile, advierte sobre una tendencia en contextos de alta desconfianza: estos segmentos del electorado, a menudo desencantados, pueden converger masivamente hacia la opción que proyecte una imagen de “renovación” o disrupción. Esta dinámica puede alterar radicalmente pronósticos preestablecidos y, casi inevitablemente, desembocar en la formación de pactos de reparto de ministerios, el conocido “cuoteo”, como mecanismo de gobernabilidad en ambos bloques.
Comprender la fiabilidad de las encuestas bolivianas, la naturaleza del voto inválido como acto de protesta, la mecánica del “cuoteo” y los posibles escenarios postelectorales sirven para desentrañar la compleja realidad política del país en este momento definitorio.
La credibilidad de las encuestas en Bolivia se ve mermada por factores metodológicos y contextuales, como la sub-representación rural y la sobre-representación urbana, además de la autocensura de simpatizantes del MAS. Todo ello exacerbado por las críticas de Evo Morales y las experiencias de volatilidad electoral en la región, incluyendo el “late swing” y el “efecto espiral del silencio”.
Paralelamente, el voto blanco, nulo e indeciso se consolida como una expresión de protesta ante el deterioro democrático y la corrupción, con precedentes como el voto nulo de 2017. Actualmente, es promovido por sectores “evistas” para ejercer presión política, lo que podría ser determinante en la campaña al influir en el panorama electoral y generar escenarios de balotaje impredecibles.
La lógica del “cuoteo”, entendida como el reparto de cargos y cuotas de poder según la afiliación partidaria, se ha arraigado en Bolivia como un mecanismo informal de gobernabilidad, especialmente en sistemas multipartidarios con congresos fragmentados. Este fenómeno se intensifica cuando los gobiernos carecen de mayoría parlamentaria, obligándolos a negociar apoyos legislativos mediante la distribución estratégica de ministerios y otras posiciones.
Los escenarios postelectorales para 2025 se perfilan bajo esta misma lógica. Una victoria de la oposición con un congreso fragmentado probablemente conducirá a un reparto de carteras ministeriales según cuotas partidarias, con el riesgo inherente de parálisis decisoria. Si el voto residual impulsa a figuras emergentes a una segunda vuelta, las negociaciones para formar gobierno podrían implicar alianzas con sectores sociales clave. Un congreso sin mayorías estables, exacerbado por un alto número de votos inválidos, obligará a pactos ad hoc para la aprobación de cada ley, intensificando la política de canje de votos legislativos y debilitando aún más la gobernabilidad.
En este contexto de incertidumbre, la capacidad de una candidatura para articular un programa de gobierno basado en evidencia sólida se torna necesaria, dado que la ausencia de propuestas sustantivas y la persistencia de discursos vacíos han generado un profundo desencanto. El bloque de votantes “nulo-blanco-indeciso”, que hoy expresa su descontento, posee el poder latente de definir el rumbo del país, ya sea a través de un apoyo masivo a una opción percibida como renovadora o mediante la perpetuación de un escenario de fragmentación y pactos de reparto.
La historia reciente de América Latina es un claro indicativo de que ambos desenlaces son plausibles. La elección final recaerá en la decisión soberana del electorado boliviano, quien deberá discernir entre la retórica y la sustancia para definir el futuro de la nación.

