Hoy me llamó una vieja para decirme que mi post sobre Percy llegando al cielo era una falta de respeto con el pobre San Pedro, que se iba a quejar con Camacho para que me metan preso y “aprenda”. Me quedé en silencio y respiré.
Porque hay muertes que te obligan a respirar hondo antes de hablar. Y a Percy no se lo puede resumir en un meme de dos renglones ni en un testamento sin sentido. Fue un ingeniero que convirtió barro en pavimento y baldíos en parques, y también fue un viejo terco que a ratos confundió poder con impunidad. Dos verdades, en la misma persona, y eso incomoda a los que solo saben vivir en blanco o negro.
A mí lo que me emputa hoy son los velorios con fiscales de redes sociales. Esa raza de santos de Facebook que se cree auditor de almas ajenas y que, apenas se enfría el cuerpo, corre a pasar factura como si la tumba fuera su ventanilla. Esos “hijos de puta” (sí, así, en minúscula moral) que jamás construyeron una plaza, que nunca pelearon un ítem real ni fantasma, pero te dan cátedra sobre lo que es servir a una ciudad. ¿Sabés qué? La decencia mínima en días como este es empezar por lo que el tipo le dejó a su gente. Primero se agradece, después se discute.
Porque la lectura honesta empieza por las bondades, el impulso urbano, los módulos, la idea de que la ciudad no se abandona a su suerte, el vecino como sujeto, no como estorbo. Eso está ahí, de cemento y un poquingo de árbol, pero está, más allá de camiseta política. Y recién después, cuando ya hiciste el acto básico de reconocer, entrás a lo incómodo, su maltrato, sus excesos, su degradación pública, las denuncias y lo que la justicia no resolvió o resolvió mal. Así se lee a un ser humano: con la luz prendida antes de revisar la sombra.
El que solo habla de lo malo en esta hora no es valiente, es flojo. Es más fácil señalar que entender, más barato acusar que pensar. Pero la vida real (la tuya, la mía, la de Percy) es un catálogo de contradicciones. Hoy no se canoniza a nadie, tampoco se absuelve, se hace memoria con respeto. La memoria, no la propaganda. La ciudad de los anillos no es perfecta ni inocente. Es feroz, generosa, exagerada. Y Percy fue un espejo de eso, tractor y tropiezo. Si lo juzgás sin admitir lo que construyó, sos un pobre cojudo, si lo aplaudís sin nombrar lo que rompió, sos cómplice.
Solamente aquí es donde podríamos decir que el equilibrio no es tibieza. Es decencia.
Así que: vieja e mierda, váyase a la mierda.