El Servicio de Impuestos Nacionales anunció con entusiasmo que la recaudación tributaria entre enero y agosto alcanzó los 28.230 millones de bolivianos, un crecimiento del 18,7% respecto al mismo período de 2024. Sobre el papel, un éxito digno de titular en primera plana.
El detalle es que, en esos mismos ocho meses, la inflación acumulada fue de 18,1%. Dicho de otro modo, lo que parece un salto vigoroso en las cifras no es más que el efecto de billetes que cada día compran menos. Ajustando por precios, la recaudación real apenas creció 0,6%.
En términos académicos, estamos frente a la diferencia entre variables nominales y reales: la primera mide montos en valores corrientes, la segunda descuenta la inflación para mostrar lo que realmente se ganó.
El Estado se felicita por recaudar más, pero la capacidad de esos ingresos para financiar bienes y servicios públicos prácticamente no se movió.
Así, lo que tenemos no es un verdadero boom recaudatorio, sino un caso clásico de ilusión fiscal: la magia de presentar números inflados como si fueran logros sustanciales. Y aunque los discursos se inflen tanto como las cifras, al final del día, la recaudación real sigue siendo delgadísima.
