“Empastelar” fue una palabra que escuché por primera vez de boca de un exdirigente sindical devenido en ministro, cuando se avecinaba un cambio de gobierno. Al preguntar por su significado, me quedé con la boca abierta, tanto por lo que implicaba como por la intención detrás de la práctica. Se trataba de “entrepapelar” los documentos importantes sin sacarlos del recinto, para que los nuevos funcionarios no pudieran encontrarlos y, por cierto, perjudicar el inicio de la nueva gestión. ¿Habrá mayor mala intención?
Hoy, en tiempos de archivos digitales y trabajos computarizados, la modalidad ha cambiado: se borran documentos clave o se eliminan discos duros. Pero esta vez no se trata solo de obstaculizar el funcionamiento técnico o administrativo, sino de borrar las huellas de la corrupción repetidas una y otra vez por los actores de turno, durante más de veinte años.
Porque del manejo del aparato del Estado no solo padecimos la oclocracia, sino también a corruptos con ambiciones desmedidas. “Para eso es el poder”, respondía el jefazo cuando algún desorientado funcionario le reportaba, horrorizado, lo que estaba pasando, si es que aquel no era removido de inmediato, por ser un “peligro de honestidad”.
Cuando algunos me pedían consejo sobre qué hacer, siempre les respondí lo mismo: “Aléjense pronto”. Era altamente probable que terminaran procesados como autores o cómplices de los delitos que cometían sus jefes. ¡Era un peligro permanecer ahí!
¿Somos realmente conscientes de lo que se fue, de lo que termina con este nuevo tiempo?
No, me rectifico: no se han ido. Siguen ahí, en la maraña montada en ministerios y dependencias, ahora revestidos de cinismo y astucia, fingiendo ser “fieles servidores” de la nueva gestión. Y lo que es peor —¿puede haber algo peor?— es que serán los maestros de esas malas artes para la nueva burocracia.
Atención, ministros, viceministros, directores y demás niveles de mando superior: todos les jurarán amor incondicional, pero ustedes se enterarán de los delitos solo cuando los procesen, bajo la Responsabilidad Agregada de la Ley Safco o bajo aquella que, con cinismo, llamaron Ley Marcelo Quiroga Santa Cruz.
¿Cuál es, entonces, la solución ante tamaño problema?
Cortar la otra cabeza del monstruo de la corrupción: la del ciudadano que paga al corrupto para viabilizar su trámite, su derecho, su licitación, o aquello que —como dijo el presidente Rodrigo Paz— representa el servicio del Estado a la ciudadanía, que todos pagamos cada mes.
Y usted, empresario proveedor de bienes y servicios, haga las cosas bien, para que no tenga que sobornar ni engañar a su propio pueblo, del que forman parte sus hijos, su esposa, sus padres y sus hermanos.
La denuncia, sea chica, mediana o grande, es el camino. Hoy todos tenemos acceso a la conectividad, al teléfono celular y a las redes sociales. Le aseguro que con unos cuantos cientos de presos por corrupción, cuyas penas debería lograr el Presidente de la Asamblea Legislativa Plurinaciona que se conviertan para el mayor delito. Por robarle a los enfermos que necesitan hospitales con médicos y medicamentos, a los niños y jóvenes que deben educarse para su vida futura, a los campesinos que necesitan circular sus productos por caminos y carreteras. En suma, por atentar contra el Estado en su desarrollo y modernidad.
Pero nada de esto será suficiente si no acabamos también con la impunidad que fomentan y cometen jueces y fiscales, reemplazando justicia por dinero. Tan culpable es el fiscal que negocia la acusación, como el juez que tranza las sentencias o el policía que trafica las pruebas. Debemos terminar con eso, mediante el único instrumento ciudadano que nos queda: la denuncia y la condena pública.
¿Sabe qué, amigo ciudadano?
Con estas acciones iniciales —que deben extenderse en los hogares y en las escuelas, sembrando principios— podremos soñar con una nueva sociedad, fincada otra vez en valores y justicia, esa justicia que tanto tarda y casi nunca llega.
No nos preocupemos, podrán empastelarlo todo, ya sabemos cómo y quiénes son. Como el ave fénix, levantémonos de las cenizas que nos dejan los canallas, y empecemos a forjar un nuevo país.
