Es la víspera de la conmemoración de dos fechas de profundo significado para la búsqueda de mejores días para los seres humanos: el 9 de diciembre se celebra el Día Internacional de Lucha contra la Corrupción y el 10 de diciembre se celebra el Dia Internacional de los Derechos Humanos.
La primera fecha fue aprobada por la Asamblea de Naciones Unidas después de la firma de la Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción (CNUCC) en diciembre de 2003, la cual entró en vigor en 2005. Bolivia asistió a los debates con un equipo solvente de diplomáticos y de técnicos. El Congreso, conformado entonces por una mayoría de parlamentarios liberales, ratificó el instrumento, así como había firmado en 1997 la Convención Interamericana contra la Corrupción (CICC), la primera a nivel hemisférico.
América Latina alentó la normativa para la prevención, detección y lucha contra la corrupción porque ese agujero negro -en gran parte herencia de las dictaduras militares- se había convertido en la principal causa del fracaso de los planes de desarrollo. Algunos casos extremos como en Perú y en Ecuador alentaron a ambos a convocar a una convención específica.
La CICC desarrolló, además, rondas complementarias para implementar algunas medidas de prevención: el Acceso a la Información Pública como derecho ciudadano; la difusión de los contratos y pagos en todos los niveles del estado; la Declaración Jurada de Bienes y Rentas antes, durante y después de ejercer cualquier cargo público y otras.
La implementación de las dos convenciones en Bolivia tuvo avances y profundos retrocesos desde 2005 porque su coordinación estuvo a cargo de personajes insolventes, ignorantes y altamente politizados. Se archivó el Estatuto del Funcionario Público que firmó Jorge Quiroga para alentar la meritocracia, cuando la vicepresidencia se ocupaba de mejorar la administración pública y fomentar la independencia de la Contraloría.
La corrupción tiene dos puntas: alguien/es desde el Estado y un particular o una empresa privada. Los dueños de empresas, casi siempre de las inventadas a último momento para participar en una licitación, suelen quedar en la impunidad.
La hermana siamesa de la corrupción es la violación de los Derechos Humanos. En muchas normas ambas se complementan. El Estado es el perpetrador, según exponen cada uno de los artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos firmada el 10 de diciembre de 1948, como resultado de la Segunda Guerra Mundial.
Un gobierno que implementa la Constitución y respeta las leyes difícilmente es un gobierno que persigue a quienes piensan diferente, a los periodistas, a los sindicalistas, a los escritores. Al contrario, los gobiernos/estados más transparentes gozan de amplia libertad de prensa, elecciones confiables, separación de poderes, Estado de Derecho.
En cambio, los regímenes que encarcelan a los opositores, que asesinan a líderes sociales, que clausuran periódicos, que alientan guerras y conflictos suelen mantenerse porque corrompen su entorno y conviven con mafias y el crimen organizado.
Existen muchos ejemplos en el globo. Entre los peores está la Rusia de Vladimir Putin. Aunque muchos historiadores miran a su gobierno como el último esfuerzo de una nación envejecida que se cae a pedazos, el costo es inmenso.
La invasión a Ucrania afectó a todos, aunque el poco cerebral Rogelio Mayta nunca se dio cuenta de ello. Gran parte de la crisis económica mundial está relacionada con esa acción bélica, así como el aumento del armamentismo y el gasto en defensa, que desvía los antiguos fondos destinados a la cooperación.
Los jóvenes soldados, el pueblo y las madres ucranianos no sólo defienden la integridad de su territorio, su soberanía y su dignidad, sino a toda la humanidad. La caída de Ucrania puede ser el final del mundo que conocimos las generaciones nacidas después de 1948.
En el otro extremo, Estados Unidos dejó de ser una referencia de respeto a los Derechos Humanos, como se autodefinía. La administración de Donald Trump ha desencadenado las furias contrarias al pensamiento de quienes alentaron el entendimiento entre los hombres como León Tolstoi, Stefan Zweig, Hermann Hesse, Romain Rolland, Mohandas Gandhi. El abrazo de Konrad Adenauer y Robert Schuman y los otros líderes europeos en 1951 está cercado.
Cada día que pasa, Putin y Trump, Trump y Putin dan un paso más al estropicio, al enfrentamiento, al enriquecimiento de grupos de poder. Distraen los esfuerzos de gobiernos que desean solucionar los otros dramas actuales como el deterioro del planeta.
El panorama no es más alentador en el subcontinente y en el Caribe. El rotundo fracaso de la izquierda como administradora es menos decepcionante que su rotundo fracaso en el respeto a los Derechos Humanos, que antes reclamaba. Ni es reserva de la Humanidad, ni Hombre Nuevo, ni decoro personal. El 2025 será recordado como el final de un ciclo que enterró las utopías ingenuas.
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