Por Alfonso Cortez
En la FIL, la noche del 6 de junio —Día del Maestro—, se reunieron más de 300 personas para celebrar, no solo la publicación de un libro —“El Profe”—, sino para celebrar una vida. Una vida que, por su intensidad, generosidad y profundidad, merecía ser contada, registrada y compartida.
Esta biografía, la de Edgar Lora Gumiel —el Pro, le digo yo—, no es una simple recopilación de datos o anécdotas: es el retrato entrañable, profundo y conmovedor de un hombre que ha hecho de la educación no solo una vocación, sino un acto cotidiano de amor, rebeldía y lucidez.
Cuando el sello MEMORIA del Grupo Editorial La Hoguera fue creado, se tenía una clara convicción: hay trayectorias personales que merecen trascender los archivos familiares y convertirse en patrimonio común. Historias de vida que, por su ejemplaridad, se convierten en faros. Edgar Lora Gumiel —el Profe, como todos lo llaman— es uno de esos faros. Por eso, este libro existe.
El Profe ha sido muchas cosas a lo largo de su vida: maestro de Literatura, promotor de bibliotecas, animador cultural, editor, compositor, activista, gestor público, jurado, mentor, provocador de conciencias, formador de generaciones. Pero, por sobre todo, ha sido un sembrador. Un sembrador de ideas, de preguntas, de afectos y de caminos. Un sembrador de esperanza.
Su aula siempre fue más grande que las paredes de un colegio o una universidad. La convirtió en escenario, en laboratorio, en ágora. Muchos hemos sido testigos o beneficiarios de esa manera tan particular de enseñar: desde la pasión y el respeto, desde la exigencia y la ternura, desde la erudición y la picardía.
Pero la verdadera lección del Profe no está solamente en sus clases, sino en su forma de estar en el mundo. Con una humildad que nunca buscó focos, con una entrega que no pedía aplausos, con una coherencia que incomodaba al poder, y con una rebeldía que siempre estuvo al servicio de la justicia y la belleza.
Este libro, escrito con un nivel literario exquisito por Alfredo Rodríguez Peña, logra capturar no solo la cronología de una vida intensa, sino también el aura de una época, los colores de un pueblo, la música de una familia, las cicatrices de una lucha y el brillo de un espíritu libre.
Detrás de cada página hay una investigación rigurosa, muchas horas de entrevista, una búsqueda amorosa de detalles, una voluntad profunda de hacer justicia a una biografía que no quería ser escrita. Y eso hace que este libro no sea una biografía impuesta, sino una ofrenda.
Edgar Lora Gumiel ha sido y sigue siendo —sin proponérselo—, una figura indispensable en la historia cultural y educativa de Santa Cruz, y de Bolivia. Un nombre que, ahora, tiene su merecido lugar en el catálogo de vidas que inspiran.
Gracias, Pro, por no haber dejado de serlo nunca. Por enseñarnos, incluso sin querer, que la humildad es una forma de grandeza. Que el aula puede ser un acto de resistencia. Y que la cultura, la verdadera cultura, es siempre un acto de amor.
Con la publicación de “El Profe” se entrega a la memoria colectiva el testimonio de un hombre que ha vivido como ha enseñado, y ha enseñado como ha vivido: con pasión, lucidez y coraje. Espero que este libro circule, que sea leído, que sea discutido, que sea amado. Y que su protagonista sepa —aunque no le guste mucho que lo digamos en voz alta— que ya es parte de la historia.
Ernesto Sábato escribió que “para ser humilde se necesita grandeza”.
Y el Profe Lora es un grande.