Acosar a las universidades en USA, un tiro en el pie

Acosar a las universidades en USA, un tiro en el pie

Habrá que darle la razón, como casi siempre, al profesor Manuel Castells cuando en un reciente artículo titulado “La autodestrucción de Estados Unidos” daba pistas certeras de adónde puede conducir el ciclón Trump. El título, rotundo, ni siquiera viene envuelto en unos interrogantes que lo suavice. El sociólogo, poco amante de vaticinios habitualmente, parece convencido de que la degradación del país, de continuar por el actual camino, es inevitable.

La supremacía de los Estados Unidos se edificó, sostiene Castells, sobre tres pilares: la excelencia de la investigación científico-técnica en las Universidades; el poderío militar, muy ligado a lo anterior; y la inmigración constante que aportó talentos destacados de todo el mundo y mano de obra imprescindible para hacer funcionar el país. “Trump ataca esos tres pilares por lo que el riesgo de autodestrucción es cierto”, sostiene.

Hablemos del primero y del tercero, estrechamente conectados. El veto de la Casa Blanca a los alumnos extranjeros -y la retirada inmediata del visado a los ya matriculados- en la primera universidad americana, Harvard, la más prestigiosa, busca su destrucción y la aniquilación de sus fuentes de financiación. No pudo doblegar a su Rectorado retirándole una subvención de 2.600 millones de dólares y quiere reducirla a universidad local. Por fortuna, una jueza ha bloqueado la norma porque “iba a causar un perjuicio inmediato e irreparable” al centro.

Son ya ciento veinticinco decretos del mandatario los bloqueados inicialmente por la Justicia. Es la principal línea de resistencia junto con la presión de consumidores y accionistas. En Europa ya se venden más coches eléctricos de fabricación china que los Tesla de Elon Musk, su aliado. Y los accionistas tratan de contener caídas en las bolsas cada vez que Trump ruge con amenazas de aranceles. La última, el pasado viernes, recomendando imponer aranceles del 50 por ciento a la Unión Europea desde el 1 de junio, generó una sacudida bursátil. Pudo ser amortiguada por la voluntad comunitaria de llegar a acuerdos, pero desde “una negociación basada en la buena fe y no en las amenazas”.

La inestabilidad en el ataque a las universidades -Columbia y otras están entre las amenazadas- disuade a estudiantes y científicos de todo el mundo que ponían rumbo a Estados Unidos y que ahora eligen otras opciones más seguras. Incluso se tiene constancia de la salida de personas ya bien posicionadas en el complejo investigador americano. El propio profesor Manuel Castells considera su próximo regreso a Barcelona abandonando su cátedra en la Annenberg School de Los Angeles, después de haber enseñado durante 17 años en Berkeley. Todos los que están tomando decisiones de buscar otros espacios de vida y trabajo hacen referencia al “clima irrespirable” en el país. En algunas universidades de élite se pide a estudiantes y profesores que denuncien a colegas simpatizantes con la causa palestina, lo que degrada la vida en los campus.

Mientras todo esto sucede, el Partido Demócrata sigue desperezándose. Noqueado tras la derrota de Kámala Harris, por el intento suicida de llevar al presidente Joe Biden, gravemente enfermo, a intentar su reelección, solo planta cara la izquierda del partido, el viejo Sanders y la joven congresista Alexia Ocasio-Cortez. Cada día que pasa se conocen datos más estremecedores de la degradación vital de Biden que su entorno escondía para mantenerlo como candidato. No reconocía ni a viejos amigos, ni a estrellas de Hollywood que lo apoyaron. Y le pasaban esperanzadoras encuestas electorales que no existían. Perdieron a pulso. Dejaron llegar a Trump.

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