Patética se ve la campaña de las últimas semanas. Nadie que sostenga unos gramos de inteligencia durante seis segundos puede creer las propuestas estéticas y comunicacionales de los que quieren el voto ciudadano y popular o los que buscan el mandato para dirigir una nación, con todo lo que implica. Como las aventuras digitales no les han dado resultados salieron a las calles a sembrar la semilla de la seducción, sin embargo, las figuras repetidas de hace muchos años desfinancian al electorado que está definitivamente en otra película o en otro rubro. Mientras miles de jóvenes y adultos, enredados en las redes, deslizan sus ansiedades en las pantallas de sus celulares decenas de veces por día, la ansiedad de los candidatos por tomar la atención y luego el voto los hace disfrazar con trajes que les quedan largo de mangas, flojo de talle y ceñido de espaldas. Los colores no le sientan bien y las sonrisas prefabricadas tampoco. Espontaneidad cero; podrían congelar un río amazónico con sus heladas simulaciones. ¿Y dónde están los asesores? Abrazos impostados y selfies con quienes tampoco los votarían. Poco y nada, triste despedida de una campaña que para colmo se estirará hasta octubre. Mientras el hambre saca turno para más subsuelos hacia abajo.
¿Nadie se atreve a romper el hielo? Todo delineado, remarcado, apretado, diseñado, constipado. Qué difícil está para la mitad de los electores (las encuestas dicen un tercio) que todavía no sabe a quién poner la cruz en ese espacio en blanco tan pequeño como el futuro que nos queda.
Entre la nulidad que propone Evo Morales, sin sigla, sin partido, pero con todavía condiciones para lograr posibilidades y la apertura total de algunos otros candidatos que prometen lo imposible para ser recompensados con el voto popular. ‘Votar nulo o blanco es votar por la derecha’, repitió Andrónico Rodríguez, en voz alta y se escondió cuatro días seguidos. Morena se bajó y quedaron ocho, de los que la mitad no supera el 5%. En el medio de tamaña incertidumbre varios legendarios políticos, escurridizos como anguilas en el barro, bifurcan sus discursos para besar entre sombras y cálculos cromáticos el calendario que avanza inexorable. El tiempo se acaba para los tibios y los hervidos, para los crudos y los cocidos. Truchimanes del poder que buscan y que les darán los millones de esperanzas en este suelo partido por la sal y el gas que hay que buscar.
El humo que se ve es de las quemas que volvieron indiscriminadas, sin denuncias de por medio y sin miedo a las denuncias, ¿Ya lo normalizamos? No hay caravanas de empatía, ni carteles de gloria. Pocos afiches y banderitas que flamean en estos tiempos álgidos que nos tocan vivir. La vorágine que recorre la ciudad se come el tiempo de elecciones. Tal vez la vergüenza de no saber cómo vislumbrar esa atracción fatal, que hace falta, impide el entusiasmo y el crédito porque, primero, se está ocupado por llegar a medio mes. Y eso que agosto viene de remate, todo al costo y no hay más. Después, ‘qué importa del después’ si ya me acomodé y pitando espero el día D. Casi 8 millones de corazones enteros y partidos se darán cita al cuarto oscuro para buscar luces en algún rincón de un país fallido, fallado o falluto como nos quiere hacer creer algún vecino. Será nomás recoger el overol y arremangarse las ganas para barajar y dar de nuevo con la fuerza de la esperanza que nunca nos falta.