“Es exagerado hablar de crisis económica”, acaba de asegurar otra vez la semana pasada el presidente Luis Arce Catacora. A cuatro meses y un par de semanas para terminar su gestión, el mandatario con la más alta desaprobación de los diez gobiernos sudamericanos sostiene una marca de su gestión: negar el crítico presente y suavizar la proyección de un complicadísimo futuro económico de Bolivia. Otro de sus sellos es y será hasta cuando entregue el poder a su sucesor el culpar a otros de su fracaso. Es una “verdad a medias” decir que solo hay “un problema económico” y que son únicamente Evo Morales y los opositores los que “ahogaron” a la economía con un bloqueo político. Y una “verdad a medias” es prácticamente una gran mentira.
Los datos siempre matan un relato. Comencemos a mencionar algunos. No hay dólares y es posible que sigan en los próximos meses las filas en los surtidores. El propio Arce acaba de reavivar la incertidumbre en una entrevista la semana pasada, cuando afirma que ni siquiera la aprobación de todos los créditos estancados en la Asamblea Plurinacional podrán asegurar la importación de combustibles, al menos hasta fin de año. “Ya es tarde”, admite, un Presidente que casi siempre ha respondido a destiempo y que se destaca por procastinar. Arce tardó por ejemplo en liberar las exportaciones de soya y las de carne, cuando el mercado boliviano reclama a gritos recibir dólares de sus cada vez más reducidas ventas al exterior. También se tardó en autorizar aranceles cero para algunos productos e insumos clave en las importaciones, o en liberar las internaciones de diésel, como demoró en un acuerdo para reducir los 36 días de paro cruceño por el censo o dudó largamente en intervenir los dañinos bloqueos del evismo. Es que la tardanza es su sello. También será recordado por la tozudez en reconocer que hay modelos que no funcionan y que hay que ser flexibles, rápidos y pragmáticos en la aplicación de soluciones, en vez de recetas rígidas y acciones timoratas.
Hasta fin de año se requieren alrededor de 1.800 millones de dólares para comprar diésel y gasolina, o sea, para que no hayan más filas. Arce no asegura que los conseguirá. Tampoco tiene seguro cubrir las obligaciones de la deuda externa boliviana. Hasta mayo se pagó menos del 40 por ciento de las obligaciones de este año. Le quedan aún siete meses, para los que necesita alrededor de 800 millones de dólares adicionales, cuando las reservas internacionales del Banco Central de Bolivia alcanzan poco más de 2.000 millones de dólares, pero la mayor parte disponible en oro y una mínima parte en la divisa estadounidense. Cuando Arce era el ministro clave de la gestión económica de Evo Morales, las reservas superaron los 15 mil millones de dólares (año 2015) por la bonanza del gas. Cuando él recibió el poder, se habían caído a casi 6.500 millones. Con él en el Gobierno siguieron desplomándose hasta los 1.700 millones, todo por no aplicar un ajuste severo, sobre todo para reducir el déficit fiscal, que ahora supera el 10 por ciento, y reducir el creciente hueco de la balanza comercial boliviana. Para eludir una medida inevitable como la eliminación de la subvención de los combustibles, lanzó el 6 de agosto del año pasado en Sucre el globo de ensayo de una convocatoria a un referéndum ciudadano para sacarse la pesada mochila del gasto en diésel y gasolina que no prosperó, engordando su larga lista de fracasos.
Recientemente, Arce reconoció por primera vez a un medio internacional que hace todo lo posible para que Bolivia no entre en default. El miércoles último, la calificadora Standar & Poors bajó la calificación del país de CCC+ a CCC-, lo que ha llevado a la temida advertencia de que es posible que se entre en default en los próximos seis o doce meses si no hay medidas que reviertan urgentemente la tendencia negativa. La última vez que Bolivia registró un situación extrema y delicada de default soberano fue en 1984, durante el gobierno de Hernán Siles Zuazo, marcado por una hiperinflación severa, un colapso económico y una profunda crisis cambiaria.
A propósito de inflación, otro dato que mata el relato arcista de que “es exagerado hablar de crisis económica” es que en los primeros cinco meses de 2025 los precios subieron un 9,8 por ciento. Hasta mayo, la inflación interanual llegó a 18,46 por ciento, la más alta en 34 años. También se ha conocido una llamativa cifra de aumento de la emisión monetaria en el tramo casi final de gestión. En cuanto a la devaluación, Arce acaba de admitir que es muy difícil que el dólar baje al tipo de cambio oficial de Bs 6,96, que desde hace más de un año ya es un enunciado prácticamente simbólico y ficticio.
Arce llega a la recta final de su gestión “casi en default”. Culpa de todo a Evo Morales y a los opositores, que, según él, bloquearon cerca de 2.000 millones de dólares y cerraron las carreteras. Lo que no admite aún es que cuando asumió el poder lo hizo con una sólida gobernabilidad y una abrumadora mayoría parlamentaria de 96 asambleístas, que no pudo conservar por su falta de liderazgo y que se derrumbó cuando comenzó su divorcio tóxico por la enfermiza pugna de ambos por el poder.
Arce se elogia a sí mismo. Dice que se ocupó en su gestión de aplicar soluciones económicas estructurales y no coyunturales, que se sentirán con el paso de los años. No obstante, es incapaz aún de garantizar lo único que debe garantizar hasta el día que deje el poder: combustibles, precios que no sigan subiendo, elecciones transparentes y entrega del mando presidencial. Noviembre está cerca, pero se ve muy lejos cuando no se toman medidas contundentes que impidan una catástrofe mayor. Triste legado.
(*Periodista)
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