Censo, desinformación y “acarreo” de gente

Censo, desinformación y “acarreo” de gente

Este censo expuso una vez más la gran desconfianza que existe en las instituciones del Estado. Ciertamente el INE dio pocas señales para confiar en el proceso, hubo retrasos, poca transparencia y un mal manejo comunicacional; lo cual sumado a la fuerte polarización que atraviesa el país -y que en contextos como este se radicaliza- crearon el ecosistema perfecto para la desinformación.

A diferencia de otros momentos de alta intensidad política, como elecciones o conflictos sociales, la desinformación en este proceso no fue anónima sino que tuvo nombres y apellidos. Opinadores televisivos y políticos sedientos de popularidad fueron voceros de información errada o malintencionada. Las mentiras recurrentes ya fueron aclaradas en redes sociales y algunos medios de comunicación, no vale la pena que me detenga en ellas.

Más tarde se difundió videos de censistas corrigiendo cuestionarios a quienes acusaron de manipular los datos de los ciudadanos. Estos videos fueron replicados en algunos medios sin ser puestos en contexto y sobre los cuales no se buscó explicaciones. Tampoco me detendré en este punto porque finalmente, como dijo un usuario de Twitter, “si creen que habrá manipulación de datos en el censo no lo va a hacer un voluntario de 18 años con un borrador. Avíspense un poquito”.

Lo que me trae a este espacio es otro debate que se generó en la víspera del censo y tiene que ver con la gente que se trasladó a sus comunidades de origen para ser censadas ahí y no donde suponemos que viven. El repudio fue comprensiblemente mayor cuando se conoció que algunas alcaldías pusieron buses gratis desde ciudades capitales, especialmente desde Santa Cruz.

El debate giró en dos ejes. Por un lado, se dijo que estas personas son malagradecidas porque utilizan los servicios públicos de un lugar y se van a censar a otro para aumentar recursos y representación política. Por otro lado, se los acusó de ignorantes y víctimas de las autoridades municipales que, ansiosas por recibir más dinero, los acarrean y manipulan.

Definitivamente creo que uno debe hacerse censar donde reside. Sin embargo, quien defiende la idea de que esta gente volvió a su lugar de origen por “malagradecida” o “ignorante” no tiene idea del país en el que vive. La realidad boliviana y la articulación campo-ciudad son mucho más complejas.

Hay gente que permanece temporalmente en las grandes ciudades y luego retorna a sus comunidades, en tiempo de siembra o cosecha, para luego volver. También hay comerciantes en desplazamiento permanente entre ciudades intermedias y capitales. Hay campesinos cuya única posesión está en su comunidad y temen perder derechos sobre ella. En ese sentido, el proceso de urbanización no necesariamente es lineal ni definitivo y muchas veces esta movilidad, que estudios académicos definen como “multilocalidad”, está marcada por el trabajo agrícola. Me pregunto entonces, ¿se debe negar el derecho a una persona a elegir cuál es su residencia si no tiene una permanente?

Con esto no quiero decir que no haya habido gente que actuó de mala fe y otros que simplemente se dejaron tentar con un pasaje gratis (y por si acaso tampoco estoy diciendo que todos se fueron a sembrar). Por otro lado, me parece repudiable que se haya armado una estrategia municipal para sumar una población ficticia en lugares que seguramente la están perdiendo, eso tampoco es correcto. A lo que me voy es a que no se puede simplificar la discusión en esos dos extremos -malgradecidos o ignorantes- porque las dinámicas sociales y económicas del área rural son distintas a las del mundo urbano y este fenómeno se puede explicar desde ahí.

Este fin de semana me dejó pensando en la necesidad que existe de entender el país, lo cual no implica estar de acuerdo con todas sus prácticas. Creo que varios de los debates políticos recientes se originan en la poca voluntad que existe, de ambas partes, por entender de manera objetiva los hechos y a los que piensan distinto. Esta es una responsabilidad mayor en analistas, políticos y medios de comunicación porque hay opiniones malinformadas que se viralizan, alimentan la polarización y avivan conflictos innecesarios.

Bolivia, por muy diversa y polarizada que esté, administrativamente es una sola y aquí no se salva nadie si no nos salvamos todos. Entender qué es lo que pasa más allá de nuestra burbuja es clave para la convivencia (y sirve incluso como estrategia política para mejorar el desempeño electoral). Habrá que hacer el intento.

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