El domingo 10 de agosto, en el programa Así Decidimos de Unitel, la conductora Gabriela Oviedo formuló a los panelistas, a partir de los resultados de la encuesta presentada por la Red Unitel, una pregunta general: ¿Ven ustedes un cambio de ciclo? Las respuestas fueron diversas, en gran parte porque la pregunta se planteó de manera muy amplia, sin precisar si se refería a un cambio de ciclo político, económico, del sistema de partidos, estatal u otro.
Por ejemplo, algunos de los panelistas respondieron lo siguiente: Fernando Hurtado sostuvo que podría darse un cambio de ciclo económico, pero no percibía lo mismo en lo político. Carlos Valverde señaló que no veía un cambio de ciclo, aunque sí observaba una caída del MAS y una incertidumbre respecto a lo que vendría. Amalia Pando afirmó que ya existía un cambio de ciclo, sustentado en el porcentaje de la población que votaría por opciones de derecha. Por su parte, Reymi Ferreira recordó haber presenciado dos “fines de ciclo”: en 1985, cuando ADN y el MNR implementaron un programa de reestructuración económica, y en 2005, cuando anticipó la victoria del MAS. Hoy, con la misma certeza, afirmó que el próximo presidente será Doria Medina o Tuto Quiroga, ambos con posibilidades de alcanzar incluso dos tercios parlamentarios, lo que les permitiría modificar el modelo político y económico; aclaró, sin embargo, que esta no era una perspectiva que le resultara particularmente alentadora.
Desde la ciencia política, un cambio de ciclo político puede definirse como una transformación en la forma en que se ejerce el poder y se toman decisiones políticas, que marca el cierre de una era y el inicio de otra. Estos cambios pueden ser graduales o abruptos y estar motivados por factores diversos: crisis políticas o económicas, cambios generacionales, surgimiento de nuevas ideas políticas o reinterpretaciones de las existentes. Tales procesos pueden derivar en modificaciones institucionales, reformas constitucionales, cambios en el sistema electoral, reconfiguraciones de los poderes del Estado, variaciones en el grado de participación ciudadana, nuevas formas de protesta social o en una redefinición de las relaciones Estado-sociedad, incluyendo mayor o menor intervención estatal en la economía y la vida social.
Pero, para responder de manera específica si los resultados de las elecciones del 17 de agosto de 2025 vislumbran un cambio de ciclo en Bolivia, habría que formular tres preguntas clave. En primer lugar: ¿posibilitarán un cambio de ciclo político? En segundo lugar: ¿los resultados permitirán un cambio de ciclo económico? Y, finalmente: ¿abrirán paso a un nuevo ciclo estatal?
En cuanto al cambio de ciclo político, vinculado al funcionamiento del parlamentarismo, el sistema de partidos y la relación Ejecutivo–Legislativo, si —como anticipan las encuestas— resulta vencedor un candidato de la oposición, ya sea en primera o en segunda vuelta, se vislumbra una transformación significativa. Las proyecciones indican que no habrá un partido hegemónico como lo fue el MAS en el Parlamento del 2010 al 2020, sino un Legislativo sin mayorías claras, fragmentado en tres o más fuerzas políticas. Esto implicaría el tránsito de un sistema unipartidista a uno multipartidista. Incluso la conformación de los ministerios del Ejecutivo podría depender de alianzas parlamentarias y de la correlación de fuerzas resultante, como sucedió durante el período de “democracia pactada” entre 1985 y 2005.
En cuanto al cambio de ciclo económico, el panorama es distinto. Al revisar las distintas propuestas programáticas, ninguna plantea un cambio estructural en la matriz productiva, históricamente basada en el extractivismo. Es más probable que se profundice este modelo como estrategia para salir de la crisis. En materia de política económica y fiscal, sí se prevén cambios: la mayoría de las fuerzas políticas propone reducir el gasto público, aunque difieren en la forma de hacerlo —algunos con un enfoque gradualista, otros mediante un “shock” económico—. En resumen, se pasaría de un neodesarrollismo a un neoliberalismo renovado, con matices discursivos, pero sin transformar la base productiva dependiente de materias primas. En ambos modelos, el Estado ha operado como mero administrador de la renta extractiva, sin una estrategia sostenida de industrialización ni diversificación económica.
Se proyecta que se pasaría de un neodesarrollismo a un neoliberalismo renovado, con matices discursivos, pero sin transformar la base productiva dependiente de materias primas.
Finalmente, en lo que respecta a un posible nuevo ciclo estatal, resulta difícil anticipar en el corto plazo un cambio profundo en la estructura del Estado, tanto en su forma como en su naturaleza. Si bien, en términos conceptuales, no existe una contradicción inherente entre los modelos de Estado Plurinacional y República, algunos actores políticos proponen el retorno a la República o la instauración de un Estado Liberal Republicano en contraposición al Estado Plurinacional. Esta disputa revela un debate de fondo sobre el proyecto de nación, en el que se confrontan dos visiones ideológicas. Por un lado, el reconocimiento ontológico de la bolivianidad como una identidad compuesta y diversa, basada en la coexistencia de múltiples naciones y pueblos, con un modelo que enfatiza el ejercicio de una democracia plural, incluyendo la democracia comunitaria practicada en los territorios y estructuras propias de los pueblos indígenas. Por otro, la visión del retorno a la República, que concibe el mestizaje como fundamento de una identidad nacional homogénea y la democracia liberal representativa como único pilar institucional.
La materialización de esta última visión implicaría desconocer y desmontar el Estado Plurinacional, sus símbolos y los derechos políticos de los pueblos indígenas. Un cambio de tal magnitud generaría una alta conflictividad social y, con toda probabilidad, requeriría una Asamblea Constituyente que se prolongaría por un mínimo de cinco años, enfrentando una fuerte oposición de las organizaciones indígenas y movimientos sociales, verdaderos artífices del proyecto plurinacional.
Los puntos mencionados más arriba, en el contexto de la actual crisis multidimensional, traen a colación la vieja y estremecedora frase del filósofo marxista Antonio Gramsci: “La crisis consiste justamente en que lo viejo no muere y lo nuevo no puede nacer, y en ese claroscuro surgen los monstruos”. La gran paradoja política en Bolivia es que lo que actualmente se presenta como nuevo es, en realidad, más de lo mismo: es lo viejo que nunca murió. Y lo nuevo que llegó hace años dejó de representar lo nuevo hace tiempo.
Por lo tanto, según lo observado hasta ahora, en las elecciones del 17 de agosto, gane quien gane dentro de la oposición —incluso Andrónico Rodríguez o Eduardo del Castillo—, no se espera un cambio estructural en la base productiva, que continúa dependiendo de las materias primas, una de las principales causas de las crisis políticas recurrentes en el país. Sin embargo, si uno de los candidatos opositores resulta vencedor, sí habría un cambio en el ciclo político, cuyos efectos solo el tiempo podrá revelar; en cuanto a una transformación del ciclo estatal, esta también deberá evaluarse con el transcurso del tiempo.