Hoy los vemos reaparecer. Firmes, indignados y doctos. Los mismos líderes, políticos, intelectuales y académicos de izquierda que durante veinte años aplaudieron el saqueo institucional del país ahora se presentan como jueces morales de las primeras medidas para evitar el colapso definitivo de Bolivia. Critican con furia lo que nunca se atrevieron a corregir cuando tenían poder, micrófonos, presupuesto y, por supuesto, más Estado.
La pregunta es inevitable: ¿dónde estaban cuando se destruían las reservas internacionales? ¿Dónde estaban cuando el Banco Central dejó de ser un ancla de estabilidad y pasó a ser la caja chica del poder político? ¿Dónde estaban cuando se cancelaban exportaciones, se perseguía al productor, el salario real caía y se vaciaban las instituciones de control?
No estaban, o peor aún: estaban ahí, con un sórdido silencio o aplaudiendo al autoritario de turno.
Durante dos décadas, estos intelectuales orgánicos y líderes políticos guardaron silencio frente al avance del autoritarismo, la corrupción sistémica y el deterioro económico, algunos incluso crearon programas de televisión para celebrar los logros de la revolución, a cambio de nada despreciables recursos. Es un crimen moral que, en 20 años, el salario real de los trabajadores nunca llegara a lo que fue en marzo de 2004 (¡según datos del propio INE!)y los ahora indignados, salgan a querer protestar por el nivel de vida cuando se está resolviendo lo que ellos mismos provocaron; ellos no son reserva moral de nada y nunca lo fueron.
Callaron cuando se violó la independencia judicial, cuando se manipularon datos oficiales, cuando se naturalizó la inflación como “fenómeno externo” y cuando se convirtió la pobreza en herramienta de dominación política ya que, al ingresar al gobierno, Paz recibió un país donde casi 5 millones de bolivianos viven en pobreza, pero ellos, los ‘intelectuales militantes’ y varios líderes ‘sociales’, aparecen con una liviandad insultante, se escandalizan porque el gobierno se atreve a decir la verdad y a tomar decisiones difíciles, decisiones que pudieron y debieron tomar los socialistas.
El cinismo tendría que ser la gran noticia. Critican el ajuste fiscal, pero nunca criticaron el despilfarro (salvo cuando fue políticamente correcto, obvio), denuncian la pobreza, pero jamás denunciaron la emisión monetaria que licuó el salario real de millones de bolivianos. Hablan de “impacto social”, pero nunca hablaron del hambre silenciosa que provocó su modelo socialista, ni de las filas interminables, ni de la migración forzada de jóvenes sin futuro.
Un intelectual tiene una responsabilidad corajuda: decir la verdad cuando es impopular. El líder de opinión tiene la doble responsabilidad de ser intelectualmente honesto para ser creíble. Aquí ocurre lo contrario: ellos premian la impostura, castigan la evidencia y desprecian la historia económica.
Hoy, cuando el país enfrenta la peor crisis desde 1985, estos mismos actores intentan lavarse las manos y presentarse como defensores del “pueblo”. Las medidas del nuevo gobierno son duras, pero no son perfectas ni suficientes, pero parten de una premisa básica que la izquierda académica abandonó hace años: sin estabilidad, sin reglas claras y sin disciplina fiscal, no hay justicia posible. Todo lo demás es propaganda.
La historia, como la economía, es implacable. Y esta vez, las preguntas incómodas ya no se pueden esquivar: ¿dónde estaban?
