Las elecciones de este 17 de agosto serán recordadas por haber servido como catapulta sorpresiva para dos rostros nuevos de la política nacional, propulsados, medio a la fuerza y en tiempo récord, al gran torneo presidencial. Me refiero a Andrónico Rodríguez y Mariana Prado, el binomio de laboratorio salido del cilindro del exvicepresidente García Linera y potenciado, descuidadamente, por Marcelo Claure y sus socios.
El dique legal puesto por Luis Arce al retorno triunfal de Evo Morales en el año del Bicentenario es el río revuelto del que sacan ganancia variados pescadores. Los más agasajados con el botín tendrían que ser estos dos mustios sub-40/sub-50: el profesional moreno, principesco y taimado; y la menuda rubia plurilingüe, que se adula a sí misma presumiéndose como “la más técnica” en rivalidad o complemento al mundo que ambos describen como “nacional popular”. Mientras los ex jovencitos no hablan, su aspecto deja intuir un riguroso seguimiento de las reglas del mercadeo electoral y la alta costura.
Sin embargo, el eventual éxito del dúo depende casi exclusivamente de la forma en que vayan tejiendo su interpelación discursiva, es decir, de lo que les digan a los electores. Su candidata al senado por el departamento de La Paz, habitualmente desconcentrada, le dijo a Tuffi Aré esta semana que, en medio de la crisis del MAS, se trataba de “terciarizar” la lucha por el poder, es decir, ni Lucho ni Evo, ellos y ellas, la nueva generación de masistas post 21F.
En efecto, terciarizar significa dejar que otro suministre el servicio que debería emanar del centro. En términos más finos, Susana Bejarano predica en favor de que la dupla dorada se invista como el masismo subrogado, el realmente existente, el que sí está en la papeleta. O sea, nada por renovar, solo maquillaje y pérdida de arrugas.
Cosa curiosa. Estos renovadores solo lo son siempre y cuando se muestren sometidos a un jefe que los aborrece (“Sigo considerando como mi jefe a Evo”, dijo Mariana; “Evo es el padre de la revolución”, antecedió Rodríguez). De ahí nace precisamente la trepidante consigna de Prado: “A pesar de Evo, todo; en contra de Evo, nada, o cuando menos, no conmigo”. No se sabe si estos retoños quieren el perdón de Lauca Ñ o la victoria electoral en agosto.
Una herencia, cuando no es monetaria, necesita ser sopesada. Renovarse implica, a la Hegel, no revolver los antagonismos, sino trascenderlos. A casi un mes de la votación, no sabemos por qué, hasta casi enero de este año, Mariana aún seguía trabajando para el gobierno de “Lucho traidor”. Tampoco conocemos cuál habrá sido la postura de Andrónico cuando Evo se propuso violar la Constitución. Al mismo tiempo, ninguno de los dos se ha distanciado con firmeza de la degradante guerra judicial de Arce contra Evo. Su carencia de reflejos no los distancia de nadie y sí los funde por completo con sus papis.
Andrónico brincó a un arca en medio del diluvio. Adentro se acurrucan los resabios del MAS que se negaron a hacer un ajuste de cuentas en su momento y que por ello están obligados a callar cada que se les pregunta sobre los yerros del “jefazo”. Han diseñado una campaña que privilegia silenciosos ejercicios de remo sin brújula ni observación estelar. Dentro del arca, abrazados, los viandantes aprietan los párpados y rezan. Su esperanza está asentada en los minutos previos al desdoble de la papeleta, en el error estadístico, apuestan al desfile callado hacia el sostenimiento del statu quo. Lejos de renovar, bajan la mirada.