Gonzalo Chávez Álvarez
El 6 de agosto, el presidente Arce propuso un referéndum con cuatro preguntas. Fue presentado por la élite en el poder como el gran divisor de aguas en la economía y política boliviana, casi como si fuera un demiurgo que develaría la voluntad popular y resolvería todas las dificultades que enfrenta Bolivia.
Además, la propaganda del régimen lo posicionó como una jugada política maestra, un movimiento que, en el lenguaje popular, se percibió como una “pateada de tablero” que dejó fuera de juego a propios y extraños.
Finalmente, se revelaron las preguntas del referéndum. La primera está destinada a abrir o cerrar el camino a la candidatura de Evo Morales, dependiendo de la respuesta. El gobierno apuesta a que el pueblo finalmente le diga “no” a la reelección del expresidente.
La cuarta pregunta es un escape hacia el futuro, que busca evitar la disputa política sobre la redistribución de escaños entre los diferentes departamentos una vez se conozcan los resultados del Censo. La nueva distribución poblacional quitará representatividad a los departamentos que están perdiendo población y otorgará más poder a las regiones en crecimiento. Esto podría generar mucho conflicto, y a través del referéndum, el gobierno intenta ofrecer una salida salomónica: propone aumentar el número de diputados para que nadie pierda.
En cuanto a las preguntas 2 y 3, estas se enfocan en los subsidios a la gasolina especial y al diésel, y es en ellas donde nos centraremos, ya que tienen una redacción idéntica.
La pregunta es la siguiente: “¿Está usted de acuerdo con mantener la subvención a la gasolina especial (diésel), tal como se encuentra actualmente, a pesar del gran costo económico que esto implica para las bolivianas y bolivianos, y considerando que, al tener un precio mucho más bajo que el internacional, se genera contrabando, daño económico al Estado, escasez de dólares y desabastecimiento de combustibles?” Uta Che. Como verán, se trata de una pregunta bastante complicada.
Cabe recordar que las gasolinas más “pitucas” y burguesas ya subieron de precio: la premium plus (5,71 Bs) y la ultra premium (6,73 Bs). Y por supuesto, en este caso, nadie te preguntó si debían subir o no. Al gobierno no le tembló el pulso para tomar esta decisión. El pueblo rico no necesita ser consultado.
La pregunta del referéndum sobre los subsidios es una obra maestra de la persuasión sutil… o más bien, no tan sutil. Aquí, a decir verdad, se observa el tacto de elefante del gobierno en plena cristalería de la abuela.
La redacción es tendenciosa: ¡Vaya, qué pregunta tan imparcial!, dirán los despistados. Es como si te preguntaran: “¿Estás de acuerdo en seguir sosteniendo un barco que se hunde, llevando a todos a una muerte segura y causando el colapso del universo tal como lo conocemos? Responde Sí o No”. Con frases tan neutras como “gran costo económico”, “contrabando”, “daño económico al Estado”, “escasez de dólares”, y “desabastecimiento de combustibles”, casi parece que te están pidiendo que votes “no” con un puñetazo en la mesa. Y si votas “sí”, pareciera que las cinco plagas bíblicas acabarán con la economía boliviana. De esta manera, se transfiere toda la responsabilidad y culpa del ajuste fiscal a la gente, que, dicho sea de paso, no fue consultada sobre el despilfarro en gastos e inversiones inútiles que llevaron a la crisis.
Las preguntas 2 y 3 son una sobre simplificación de problemas complejos: Ah, claro, porque todos los problemas del país se deben a la subvención de la gasolina especial. ¿Contrabando? Culpa de la gasolina barata. ¿Escasez de dólares? ¿Ataques de caspa? ¿Tu ruptura amorosa? Definitivamente culpa de la gasolina especial. ¿Problemas de insomnio? ¡Otra vez, la subvención a la gasolina! Es como si la economía fuera un simple juego de causa y efecto, donde cada problema puede rastrearse hasta una única fuente. ¡Ojalá todo fuera tan fácil! La escasez de dólares, por ejemplo, es solo la punta del iceberg del agotamiento del modelo económico y refleja múltiples políticas públicas fallidas del gobierno.
La pregunta es como si te llevaran a un buffet de comida y te dijeran: “Puedes comer esta ensalada podrida o… bueno, no hay otra opción”. Te ponen entre la espada y la pared, sin ofrecer ninguna alternativa viable. ¿Qué pasaría si decimos “no” a la subvención? ¿Precios altísimos? ¿Caos? ¿Zombis neoliberales? ¡Quién sabe! Ahora, ¿y si la gente dice “sí”? Gastos elevados en subvenciones por largos años e impuestos más altos en el futuro para financiarlas.
Las preguntas sobre los subsidios asumen implícitamente resultados positivos. Parecen suponer que, si eliminamos la subvención, mágicamente todos los problemas desaparecerán. Como si el simple hecho de decir “no” resolviera el contrabando, la escasez de dólares y cualquier otra calamidad económica. ¡Es un plan infalible!… o bueno, tal vez no tanto. En la realidad, los problemas económicos no son tan fáciles de resolver, pero ¿Quién tiene tiempo para detalles tan aburridos?
El referéndum está cargado de manipulación emocional e ideológica. Estas preguntas parecen diseñadas para hacerte sentir culpable por cualquier cosa que no sea rechazar la subvención. Es como si te dijeran: “Si votas ‘sí’, probablemente también estás a favor de patear cachorros y estrangular gatos”. Juegan con las emociones del votante, insinuando que cualquier otra respuesta sería una traición a la patria o algo peor.
En resumen, las preguntas 2 y 3 del referéndum son una obra maestra en cómo formular una cuestión de manera que la respuesta “correcta” esté prácticamente grabada en piedra antes de que el votante tenga la oportunidad de pensar. Es como un truco de magia, pero en lugar de sacar un conejo del sombrero, sacan tu sentido crítico. ¡Bravo, maestros ilusionistas de los referendos!
Sin embargo, como ha ocurrido tantas veces en la historia de Bolivia, el truco de magia puede volverse en contra del ilusionista. Existe la posibilidad de que la gente vote a favor de mantener los subsidios tanto al diésel como a la gasolina, lo que impondría una rigidez tremenda en la política fiscal durante varios años. Como podrán ver, estas dos preguntas parecen presentarnos un dilema sui generis: dejarnos morir o suicidarnos.