La biografía de Evo Morales Ayma (cantón Orinoca- Oruro, 1959) es contada de las formas más mitológicas. Iván Canelas aseguró que Evo seguía el camino de Jesús; en el pesebre de la Plaza Murillo colocaron un niñito cabezón como Morales. Nadie sabe cuánto se gastó para que Martín Sivac lo siga durante tres años para escribir las loas en “Jefazo”. Los argentinos aseguran que una viejecita profesora de Salta se acordaba de ese “bolita” que ya daba muestras de liderazgo en primero de primaria.
Decenas de artículos de prensa en todo el mundo repiten historias que nadie comprobó. Quizá los únicos que podrían aclarar algunas escenas de sus primeros videos biográficos son Iván Iporre o Alex Contreras. El campesinito corriendo detrás de unas naranjas parece más una escena de Isico en “Chuquiago” que una anécdota real. Ese cuento de que era buen jugador de fútbol y por eso lo invitaron a ser dirigente parece más una imitación a los inicios de Juan Lechín; Morales necesita patear al contrincante para ganar, así lo vimos. Se enojó cuando el equipo de CNN venció a los jugadores que llevaba en sus aviones. ¿Cuánto pagaba y con qué presupuesto trasladaba su equipo?
El propio Morales gustaba contar hechos de una forma y luego de otra; por ejemplo, el pasaje de su padre sobornando al maestro rural para que su hijo pase de curso. En los 18 años de gobierno, además de sus décadas de dirigente sindical, relató estampas que no tienen otra fuente para ser verificadas.
Sin embargo, los datos duros de la trayectoria de este hombre son suficientes para asombrar. Nacido en un típico hogar de agricultores pobres en uno de los páramos más alejados, sufrió junto a su familia los forzados exilios económicos. Fue migrante en el norte argentino. Después de la sequía que asoló al altiplano en los ochenta, partió al trópico en Cochabamba. Ahí se convirtió en un andino que usaba camisa con mangas cortas.
Es muy posible que haya trabajado como panadero, ladrillero, heladero. Hay una foto que lo muestra cumpliendo su servicio militar con el rostro de muchos jóvenes rurales que lucen orgullosos el uniforme que consagra su ciudadanía.
Los orureños estaban felices por tener un paisano cuando él llegó al Palacio de Gobierno y salió al balcón en representación de tantos bolivianos postergados. Combativos como sus antepasados, fueron también los primeros en detener su ambición narcisista. Evo, en el momento de mayor poder, quería cambiar el nombre del aeropuerto dedicado al gran Juan Mendoza y poner su imagen como hizo en el Teleférico, en los alimentos del subsidio, en las carreteras. El Comité Cívico orureño no se lo permitió.
En Oruro aseguran que tocaba la trompeta en una de las grandes bandas. En 2006, el público de la Entrada del famoso carnaval lo recibió con aplausos y vítores. Él parecía desfilar en su salsa (muy diferente a otros políticos que se convierten en bailarines Transformers). En otro carnaval, junto a futbolistas extranjeros que gozaron de su generosa amistad, se encontró con la “cara conocida que fue parte de su perdición”.
En el carnaval de 2024, el antiguo trompetista fue declarado persona non grata por instar a bloqueos que afectaron al turismo en Oruro, la fuente más segura de ingresos para esa ciudad. El suntuoso museo que le adornó Juan Carlos Valdivia está empolvado. Si antes lo visitaban unos cuantos, ahora no llega nadie.
El trompetista no tiene ni siquiera la chance de asistir como expresidente a un palco oficial. Está obligado a sentarse como un espectador más, de incógnito. Evo Morales no soporta ese anonimato. No puede caminar tranquilo en los aeropuertos o por la Plaza Murillo ni asistir a congresos sindicales. Está recluido en una cabina de radio.
Él, que fue declarado Doctor Honoris Causa por distintas universidades, ahora es persona no grata en países vecinos y no puede pasar vacaciones donde le guste. Aislado, no puede ni contratar avionetas privadas de sus amigos que ahora se niegan a regalarle otros caballos.
Evo fue un dirigente cocalero dedicado a sus bases hasta 1994; enfrentó al imperio que asolaba a los productores. Era querido, admirado. El poder y los consejeros de La Habana, de Caracas, de San Pablo y de Puebla torcieron su destino. Él personalmente clavó la puñalada trapera en las espaldas de cada uno de sus camaradas de las épocas difíciles. La peor fue la daga envenenada para acabar con Filemón Escóbar.
El traicionero se siente ahora traicionado.
Solitario, empeoran sus antiguos signos de paranoia. Cree visiones donde se ve junto a Simón Bolívar o al lado de Víctor Paz. Su rostro, su gesto, su expresión dicen más que sus palabras.
Ya no es trompetista; ya no puede bailar en la entrada del carnaval de Oruro.
Peor aún, las drogas sintéticas están desplazando a la cocaína. Los precios de la coca caen en el mundo; los traficantes y los consumidores están en otra. Hasta la Hoja sagrada lo ha abandonado.