El escritor Elias Canetti se preguntó: "¿Y si resultara que hay un vínculo secreto entre las palabras de las diversas lenguas?", apasionado devoto de las palabras intenté responder buscando esos secretos vínculos que están más cerca de la poesía que de la ciencia, porque en esa dimensión flotan palabras como estrellas fugaces, tejiendo constelaciones de significados desde que fuimos capaces de transformar los pensamientos en códigos que evolucionaron en palabras, en oraciones, en discursos, en párrafos y, por último, en libro, ese invento que llegó o para quedarse sin importar el formato: papel, digital o electrónico.
Los idiomas nos parecen distintos, incluso ajenos los unos de los otros; sin embargo, en estudios comparativos de las palabras y las estructuras gramaticales, los lingüistas han desentrañado conexiones profundas entre idiomas que nos permiten comprender mejor la evolución del lenguaje humano, descubrimos que muchos de ellos comparten similitudes sorprendentes, revelan correspondencias fascinantes que nos ayudan a comprender cómo los idiomas se han influido mutuamente a lo largo del tiempo. Así pude intuir que el inglés susurra al francés, el español conspira con el italiano, el japonés entrelaza manos con el aimara; en esta danza etérea de sonidos, las fronteras desaparecen y las palabras se abrazan más allá de las lenguas, en el imperceptible silencio entre cada palabra, silencio que otorga la verdadera dimensión para el que la escucha o la lee, quizá en el lenguaje cotidiano se encuentren y desencuentren.
Imaginen una palabra en chino, que es el mismo sonido de miles de sílabas de palabras de idiomas diferentes, articulados por resonancias que cantan con la misma melodía que una palabra en sueco, en quechua, en guaraní, en swahili, en el árabe de los gazatíes,… es acaso una nota en la partitura universal, por eso podemos sospechar que entre los más de 6,000 idiomas que se hablan en la Tierra, tanto vivos, como idiomas muertos o en peligro de extinción, cada uno de ellos no solo concierne a quienes lo pronuncian, también abren puertas a otros que se hablan en el más allá de los cielos, montañas y mares que conocemos por los mapamundis o porque los hemos recorrido, volado y/o navegado, tramando un tapiz vasto como un gobelino infinito que se conecta más allá de las galaxias descubiertas por las sondas espaciales y tejen la historia de la humanidad con hilos de interminable diversidad, maginada por los escritores de ciencia ficción o por los poetas para quienes las palabras siempre poseen significados más allá de sus etimologías, de sus gramáticas y sus semánticas, porque cada palabra es el eco de todas las demás, cada palabra siempre guarda otra secreta que intenta manifestar los significados y encubre el pensamiento; por eso cuando decimos lluvia estamos nominando vida, muerte, soledad, nostalgia, peces, semillas, ríos, nubes, océanos y corrientes tempestuosas que se originan en nuestro interior y mojan nuestros ojos. Una afinidad mágica que trasciende las barreras del entendimiento humano.
La “teoría de los vínculos” que, al decir de Giordano Bruno, todo está conectado con la magia del conocimiento infinito, que nos enlaza con una inteligencia que subyace en nuestro interior, razón que nunca podremos explicar; en ese universo las palabras nunca mueren, están ahí esperando renacer en nuevos significados, lo que llamamos neologismos que, en realidad, son la combinación de palabras que ya existieron y fueron olvidadas pero que permanecen en algún lugar encantado de nuestra memoria vieja como el grito gutural del ser humano de las cavernas, simiente de la inteligencia artificial.
La tarea del poeta es sugerir las evidencias de esos vínculos, develando el poder que poseen, por eso un buen poema es música, el sonido de todos los sonidos.