La noción de hegemonía, en su sentido gramsciano, va más allá del control político o del poder institucional. Antonio Gramsci (1971) la concibe como una forma de dirección moral e intelectual que logra establecer una “dirección predominante” en la sociedad, naturalizando un proyecto político-ideológico que es aceptado incluso por los sectores que no lo comparten plenamente. La hegemonía se sostiene no sólo en la coerción del Estado, sino en la capacidad de convencer, articular, representar y organizar el sentido común de una época.
¿Tendrán los nuevos gobernantes una propuesta de poder que logre establecer y mantener una dirección predominante en la vida política, social, económica y cultural de la sociedad, de manera que se convierta en la referencia dominante, aceptada incluso por aquellos que no comparten totalmente sus ideas?
Tras la prolongada crisis del ciclo nacional-popular liderado por el MAS, Bolivia enfrenta un momento de vacío hegemónico. Ninguna fuerza ha logrado articular una propuesta de poder que unifique, represente y movilice. La pregunta es, entonces, si los posibles nuevos gobernantes podrán construir un nuevo proyecto hegemónico en el sentido fuerte: no solo ganar elecciones, sino orientar la vida política, económica, social y cultural del país.
Condiciones para una hegemonía duradera
Gramsci sostiene que la hegemonía se logra mediante una “guerra de posiciones” -una acumulación lenta de consensos en el terreno de la sociedad civil-, más que por una “guerra de maniobra” electoral. En esta lógica, una propuesta de poder no puede limitarse al programa de gobierno; debe ser un proyecto nacional articulador que genere identificación simbólica, sentido de pertenencia y horizonte colectivo.
Laclau y Mouffe (2004) amplían esta idea al mostrar cómo las identidades políticas no son dadas, sino construidas por medio de la articulación de demandas sociales en torno a significantes vacíos como “el pueblo”, “la justicia” o “el cambio”. Un liderazgo político capaz de construir hegemonía es aquel que logra producir un nuevo discurso articulador que reconfigure el campo de lo posible.
Bolivia y el desafío de una nueva hegemonía
En Bolivia, la hegemonía del MAS se sostuvo por más de una década combinando tres elementos:
- Redistribución económica enfocada en sus seguidores (bonos, inversión pública).
- Simbolismo refundacional (Estado Plurinacional, inclusión indígena).
- Control discursivo del campo político (polarización pueblo vs. oligarquía).
Pero esa hegemonía está agotada. Según René Zavaleta (1983), cuando un bloque de poder habla sólo para sí mismo, ha dejado de ser hegemónico. Hoy, el MAS se encuentra atrapado en la nostalgia, sin capacidad de renovación ideológica ni organizativa.
Los nuevos actores – ya sean tecnócratas, conservadores, liberales o progresistas moderados – enfrentan enormes desafíos para consolidar hegemonía:
- No basta con ganar elecciones: ¿pueden construir una narrativa movilizadora?
- No basta con estabilizar la economía: ¿pueden reencantar a una ciudadanía fragmentada y desencantada?
- No basta con presentar programas técnicos: ¿pueden generar un proyecto cultural y simbólico de futuro?
Escenarios posibles
Escenario 1: Transición hacia una hegemonía democrática-liberal.
Una propuesta centrada en la institucionalidad, la descentralización, el pluralismo, la economía social de mercado, y los derechos individuales podría reconstruir legitimidad democrática. Pero requeriría una nueva narrativa del “nosotros” que supere la polarización y articule sectores diversos (empresariado, clases medias, indígenas, jóvenes urbanos).
Escenario 2: Nueva forma de populismo.
Ante la falta de articulación de un nuevo bloque democrático, podría resurgir una propuesta populista que reordene el campo político con una lógica plebiscitaria. Esta opción podría tener éxito electoral, pero difícilmente construiría una hegemonía duradera si no resuelve las fracturas estructurales del país.
Escenario 3: Fragmentación prolongada.
Si ningún actor logra construir una propuesta de poder hegemónica, Bolivia podría entrar en una crisis de representación, inestabilidad institucional y polarización sin horizonte. Esto ya se observa en la proliferación de candidaturas, el voto nulo/blanco, y el cinismo ciudadano.
Conclusión
La construcción de una nueva hegemonía política en Bolivia dependerá de la capacidad de los nuevos gobernantes no sólo para administrar, sino para proponer un sentido histórico, representar las aspiraciones colectivas y articular un nuevo pacto social. Como advertía Gramsci, cuando lo viejo no muere y lo nuevo no termina de nacer, proliferan los monstruos. La alternativa a ese vacío no puede ser sólo técnica, debe ser también ética, simbólica y organizativa. Por ahora, a la luz de los resultados de encuestas pre electorales, y sin importar quien gane, todo sugiere que los bolivianos elegiremos a una opción que tendrá pocas posibilidades de imponer una nueva agenda, un horizonte de país distinto. Más bien, dedicará su energía a administrar la crisis múltiple. Corresponde la pregunta: ¿Vamos a elegir al último presidente del ciclo que termina o al primero de un nuevo ciclo?