Lo que viene sucediendo en Bolivia, luego de pasada la segunda vuelta electoral y los ciudadanos, cansados de tanta impunidad, caos y anarquía, optaron votar por promesas de Lucha contra la corrupción, provisión de carburantes, estabilidad económica, dólares en el mercado local, seguridad ciudadana y lo más importante, respeto a los requerimientos ciudadanos; respeto a la autonomía, como un camino cierto hacia el federalismo; promesas de cambio, que muy bien simbolizan la personalidad y propósitos de Rodrigo Paz, quien, como adelanto, ya anunció la distribución del 50/50 de los recursos económicos entre Estado y Departamentos, para que sean ellos, los artífices de su propia economía.
Para muchos, el presidente Paz, es el líder que conducirá el país hacia el modelo adecuado a las necesidades del país, con una visión, diferente al modelo aymara, de índole colectivista, ofrecido por el anterior gobierno que propuso una autovisión retrógrada, basada en una imagen intencionalmente idealizada y falsa de su pasado. Buscaron desarrollar un proyecto que resulte de una simbiosis perjudicial entre la forma de interactuar una sociedad indigenista y un socialismo revolucionario original. Luego, por los resultados obtenidos, los ciudadanos se dieron cuenta que ese modelo resultaba la encarnación de la impostura, del fraude oportunista; donde emerge un mestizo fingiendo ser indígena para asirse del poder. Utilizaron para este propósito postulados proporcionados por los resabios del Katarismo, el indianismo radical aymara y el socialismo siglo XXI, venezolano. Ello llevó a los bolivianos a aceptar poner en práctica aquel slogan: “pan para hoy, hambre para mañana”. Y hoy, vivimos ese pronosticado mañana.
Entre tanto, a pocos días de la asunción del nuevo gobierno, observamos una ciudadanía preocupada por la exagerada intromisión del vicepresidente, en asuntos que conciernen sólo al presidente, reflejando la ambición de un hombre al que le falta la experiencia política de estadista y fundamentalmente, entender las reglas de la democracia, que establecen como mecanismos de gobierno, el Estado de Derecho, el cual señala, que todos los ciudadanos están sujetos a la ley, incluidos los gobernantes, y que deben seguir procedimientos legales establecidos.
No se debe olvidar que, la “jerarquía democrática” está referida a la tensión de la igualdad de poder inherente a la democracia y a la necesidad de contar con estructuras de mando y disciplina, lo que implica necesariamente un sistema organizativo, que debe adecuarse creando niveles jerárquicos, ya sean de gobierno o institucionales, donde se establecen “roles de autoridad”.
Para que un gobierno funcione, es necesaria una estructura con diferentes niveles de autoridad, lo que crea una “jerarquía”. (Presidente, vicepresidente), más aún, cuando de un sistema “presidencialista” se trata, donde el presidente es jefe de Estado y de gobierno y existe una marcada separación entre el poder legislativo y el ejecutivo.
En el semipresidencialismo, que resulta ser un sistema híbrido, se tiene un presidente elegido por el pueblo y un primer ministro que también depende del parlamento. Que precisamente, no es el caso de Bolivia.
Se aguarda que las aguas vuelvan a su cauce, es decir que la situación de desorden, agitación o irregularidad, creada por el vicepresidente, regresen a su estado de normalidad. Entendemos el propósito del Capitán Lara, de impulsar su propio instrumento político, así como creemos que no es ético hacerlo con el privilegio de su doble autoridad: de vicepresidente y a la vez, presidente nato del Congreso.
