Señoras y señores, estamos entrando en terreno minado. Pero no un campo cualquiera, sino uno sembrado por la mano invisible… ¡de la inflación! Esa criatura mitológica que algunos creían domesticada con estadísticas y discursos, hoy pasea con total impunidad por los mercados, los supermercados y hasta por los grupos de WhatsApp donde se comparten precios con tono de espanto.
Los datos oficiales, esos que salen de la fábrica de ilusión llamada Instituto Nacional de Estadística, nos dicen que la inflación acumulada a mayo alcanza un delicado 9,8%. Pero si uno le suma el sudor de hacer fila, la desesperación de buscar gasolina y el suspiro de cada ama de casa, la inflación real parece estar en otra galaxia. De hecho, la inflación interanual ya baila en los 18,5%, y los alimentos… bueno, esos están haciendo su propio golpe de Estado con un 28,3%. El pollo se cree caviar, y la cebolla pide escolta.
Pero más allá del humor negro que nos queda para sobrevivir, la situación es seria. Muy seria. Estamos en una zona peligrosa, donde la inflación se vuelve inercial, es decir, que aunque mañana se recen 100 Padrenuestros monetarios y se saquen comunicados de prensa con perfume de estabilidad, ya nadie cree. La credibilidad del INE está por el suelo, y no por culpa del algoritmo, sino porque en el mercado los precios gritan verdades que las planillas callan.
Y aquí la advertencia: cuanto más se tarde en domar este dragón inflacionario, más grande será la quemadura. No hay más tiempo para discursos, ni para tecnicismos con sabor a excusa. Hay que actuar. ¿Cuándo c4r4jo?
¡Ahora, c4r4jo!
Por Gonzalo Chávez