Quizá uno de los hitos más representativos del voto nulo en Bolivia sean las elecciones judiciales de 2017 para elegir a los jueces del órgano judicial. En total, el voto nulo y blanco sumaron más del 65%.
Sus promotores fueron principalmente sectores de oposición al gobierno del MAS. El contexto es importante: estamos hablando del año siguiente al referéndum de febrero de 2016, donde se puso en debate la candidatura de Evo Morales. Sabemos que el referéndum rechazó con un 51,3% esta habilitación electoral. Sin embargo, este resultado no fue respetado por el órgano judicial, que posteriormente habilitó a Morales como candidato para las elecciones de 2019.
El descontento de la población sobre las elecciones judiciales se debió al fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional que contradecía la voluntad popular expresada en el referéndum, sumado a las deficiencias estructurales de las elecciones judiciales: los votantes desconocen el perfil de cada candidato a juez, por eso estos puestos carecen de legitimidad democrática real. Esta combinación de factores en aquel contexto instauró una protesta social a través del voto nulo masivo, expresado en memes, dibujos, pegatinas, rayones y otras manifestaciones que se reprodujeron en las redes sociales.
Votar nulo es una protesta, es como grafitear una pared, un gesto simbólico de descontento, pero electoralmente los resultados demostraron que los votos válidos de las elecciones judiciales de 2017, aunque pocos, legitimaron a los jueces con mayores porcentajes. El sistema político ignoró la “protesta” sin alterar su institucionalidad.
Sin embargo, es crucial distinguir entre elecciones judiciales y presidenciales. Las primeras tienen características particulares: la ciudadanía desconoce a los candidatos, no hay campañas electorales ni debates programáticos, lo que genera un rechazo estructural que se traduce en voto nulo y blanco masivo. Las elecciones presidenciales, en contraste, presentan opciones conocidas.
Desde 2005 hasta 2014, los votos nulos y blancos en elecciones presidenciales fueron mínimos en Bolivia, manteniéndose en niveles normales para democracias estables. Sin embargo, las encuestas de las elecciones de 2019 y 2020 ya mostraban signos de proporción considerable entre votos nulos, blancos e indecisos en las encuestas. Las proyecciones para 2025 revelan porcentajes altos, aunque comparables con otras encuestas de periodos electorales pasados: la suma del voto nulo, blanco e indecisos ha escalado del 17% en junio al 25% en julio, llegando incluso al 34,1% según Ipsos Ciesmori, superando los porcentajes tanto de Samuel Doria Medina (21,5%) como a Jorge Quiroga (19,6%).
A esto, Evo Morales ha llamado junto a sus seguidores a votar nulo debido a su inhabilitación para participar en las elecciones de este año. Morales ha calificado estas elecciones como “deslegitimadas” y considera el voto nulo como una campaña y “una forma de rechazo” a un proceso electoral que, según él, excluye la voluntad popular.
La realidad es que el voto nulo y el blanco son síntomas de una población que no encuentra alternativas políticas capaces de hacer frente a la crisis económica del país. Pero si llegan a coincidir con los resultados de las elecciones, estas opciones serán aprovechadas inevitablemente por distintos sectores políticos para sus propios fines. Los políticos de derecha inflarán sus números basándose únicamente en el conteo de votos válidos, según la lógica del sistema electoral, ignorando deliberadamente los votos anulados. Paralelamente, la izquierda evista utilizará estos porcentajes para asumir que esos votos “le pertenecen” a Evo Morales.
De todas maneras, considero que las encuestas no reflejan tanto la situación de las candidaturas, sino el estado de ánimo de la población y sus formas de pensar. Por esta razón, es probable que exista un segmento de electores que inicialmente declare su intención de votar nulo, pero que en última instancia decida habilitar su voto o dispersarlo entre diferentes opciones, antes que anularlo o entregárselo automáticamente a los punteros de las encuestas. Esta estrategia buscaría equilibrar la distribución del poder político.
Pues el voto en sí no elige a un candidato; elige a quién alimentar desde el poder. La democracia, entonces, no consiste en elegir al mejor, sino en dividir las fuerzas para que no haya monopolios. ¿O me van a decir que las personas votaron por Carlos Mesa en 2019 porque genuinamente lo querían como presidente? No. Lo hicieron para restarle poder al MAS.
Por tanto, no estoy segura de que la promoción del voto nulo sea tan efectiva en una sociedad pragmática como la boliviana a la hora de elegir. En 2020, solo el 5% anuló su voto entre nulos y blancos, todo lo contrario a las elecciones judiciales. Además, especialistas han confirmado que, aunque el voto nulo alcance el 45%, la legislación boliviana no establece ningún mecanismo que provoque la anulación de las elecciones nacionales. Ni siquiera en el escenario más optimista, el voto nulo tendría consecuencias jurídicas trascendentales para el sistema democrático.
El día que el voto nulo logre cambiar algo sustancial en la historia boliviana, quizá valga la pena considerarlo como opción viable. Por el momento, no pasa de ser una protesta muy reducida entre los votantes inconformes. Algo simbólico. Una ilusión.