Apenas un 7% de la población mundial mora en alguno de los 25 países que pueden ser catalogados como “democracias plenas”. En cambio, alrededor de un 39% de la población vive bajo “regímenes autoritarios” o totalitarios. Vivimos en una época marcada por la recesión democrática.
América Latina y el Caribe experimentan un gravísimo deterioro democrático por noveno año consecutivo. Solo Uruguay y Costa Rica pueden gozar del título de “democracias plenas”. En directo contraste con Haití, Cuba, Venezuela y Nicaragua que son – derechamente – “regímenes autoritarios” o de plano dictatoriales.
Curiosamente, Europa Occidental mantiene su posición como un faro democrático en las democracias al estilo occidental. De hecho, es la única región que mejoró su puntaje en 2024; en especial, los países nórdicos – Noruega, Islandia, Suecia, Finlandia y Dinamarca – que siguen dominando la clasificación del Índice de Democracia con calificaciones positivas junto a Nueva Zelanda y Suiza entre las siete mejores puntuaciones. Las variables competitivas de estos países radican en el amplio fomento de la participación ciudadana en el quehacer público, en la defensa acérrima de las libertades civiles y la durísima fiscalización de los sistemas políticos con el fin expreso de que sean lo más transparentes posibles.
Bolivia ingresó de lleno en el descalabro democrático cuando los operadores de turno desmantelaron toda posibilidad de ejercer el derecho al disenso político y a la conformación de oposiciones ciudadanas, sociales y culturales. Desde el oficialismo masista se decidió – de manera abierta y agresiva – erosionar todas de las libertades civiles, políticas y se lideró la tarea decidida de romper la confianza absoluta de todas las instituciones públicas, transformándolas en copamientos de poder y de persecución civil.
La deslegitimación del adversario fue tan brutal, que constriñeron a casi dos generaciones de liderazgos políticos y entorpecieron la formación de nuevos cuadros político-partidarios, a causa de una mirada miope e idiota de instalar una sola visión y narrativa oficialista, imponiendo visiones – en algunos casos – francamente imbéciles como el hecho de hacer que el principal reloj del Congreso Nacional gire sus manecillas al revés, como un intento burdo de implementar una “descolonización” rayana. Y todavía hoy siguen sus saetillas girando al contrario de todos los relojes del mundo, sin que alguien corrija este ultraje y, por primera vez, en más de dos décadas, el reloj de nuestra democracia, de la hora puntual y exacta.
Estos indicadores son una clara muestra de los discursos de la incivilidad y cuyo empozamiento reside en la exclusión permanente del otro. Del contrario. Este hostigamiento por más de veinte años minó la convivencia democrática, el diálogo político y la cultura sana de construir alianzas, concertaciones y, hasta, incluso, por qué no, coaliciones.
Hoy no sólo está en juego el futuro inmediato de todos los bolivianos por una crisis severísima a la que condujo el MAS y todos sus operadores, sino, además, está en serio lance la gobernabilidad de la nueva administración – sea del que sea de esta segunda vuelta -, ya que penderá de una hilacha. El respeto a ese candidato estará en vilo por toda esta estantería del discurso remojado en odios y pensamientos viscerales. Una vez más, nuestro amplio espíritu antidemocrático estará más que vigente. Desde reproches y agravios entre propios compañeros de fórmula; envidias y rencores por no haber ganado, hasta ensimismamientos y ombliguismos estériles. Nadie ha ganado nada, todavía. Nadie ha cruzado la meta. Sólo se ha extendido el punto de llegada. Y hasta que no suceda el corte de listón con el pecho o la punta de la nariz, el espíritu democrático es el que debería predominar.
Creer – o, peor aún, creerse – que la legitimidad alcanzada gracias a la expresión ciudadana en un proceso electoral, es un pretexto o peana para enarbolar un axioma irrefutable e indiscutible para arrasar con todo y con todos, es la mejor lección que nos deja la mafia masista y su absoluta intolerancia y corrupción.
No se puede, como sociedad, seguir enarbolando un pensamiento donde no hay lugar para los díscolos o no se acepta la presencia de una oposición o medios de comunicación críticos. O mantener la postura rígida de que todo debe estar alineado a lo que decida y estipule el presidente o, mejor dicho, subordinado a su poder, es un riesgo que ya no podemos permitirnos.
Yo soy la verdad. La garantía. Después del tirano y pedófilo Evo Morales que defendió esa (in) postura derruyendo todos los cimientos de la democracia, leyes e instituciones, resulta que, ahora, nos encontramos con otro sujeto igual de ruin, que enarbola, con una soltura de cuerpo que aterra, que él es el elegido de Dios. Católico, cristiano, evangelista o lo que fuere, es un acto que raya casi en la chifladura.
De hecho, hubo un capítulo en la historia cuando Poncio Pilato le pregunta a Jesús, antes de enviarlo a la cruz: ¿Qué es la verdad? retrucando al profeta de los cristianos, preso por los romanos, que le dijo, momentos antes, casi desenfadado, que él era la verdad. Este diálogo milenario, debe ser el mayor drama humano. Uno que jura encarnar la verdad y, el otro, que, quizás, dependiendo de la perspectiva, no termina de verla o reconocerla. Valórelo Usted, amable lector.
Lo que sí es evidente, es que este diálogo, que atravesó siglos de interpretación, no es solo una escena del Evangelio: es la condensación del drama existencial humano. Más de dos milenios más tarde, la pregunta de Pilato vuelve a golpearnos la puerta, en medio de una crisis brutal, donde más de uno busca milagritos, conjuros o hechicerías.