La polarización y la intolerancia son fenómenos complejos que no suelen ser promovidos por un único actor, sino que son el resultado de un círculo vicioso impulsado por múltiples actores y factores interconectados que se benefician o actúan dentro de un entorno ya fracturado.
No cabe duda de que las élites y los liderazgos populistas son los principales promotores de la polarización o división del país. Eva Illouz, en su obra La vida emocional del populismo, examina cómo estos líderes manipulan y explotan las emociones negativas (miedo, resentimiento, humillación) de sus seguidores para consolidar una identidad colectiva y polarizar a la sociedad.
En Bolivia, ha existido una rivalidad histórica entre Oriente y Occidente. La polarización política y social en el país tiene raíces históricas profundas que se remontan a las fracturas estructurales (clase, etnia, región), pero se intensificó y se hizo crónica y manifiesta a partir de la primera década del siglo XXI.
El fenómeno moderno de la polarización política aguda y con alto componente afectivo se consolida con el ascenso del Movimiento Al Socialismo (MAS) y las crisis políticas que lo precedieron. La llegada de Evo Morales al poder en 2006 capitalizó y profundizó estas divisiones, transformándolas en un enfrentamiento explícito de dos modelos de país: el “proceso de cambio” (liderado por el MAS, movimientos indígenas y grupos de poder de Occidente) y la “media luna” (liderada por los comités cívicos y élites de los departamentos del Oriente, con la demanda de autonomías y un rechazo al agotado modelo centralista).
En esta última elección de octubre de 2025, se volvió a esgrimir la misma estrategia. Los líderes populistas o extremistas a menudo basan su discurso en la simplificación de los problemas, dividiendo a la sociedad en dos bandos irreconciliables: un “pueblo puro” que representan ellos mismos contra una “élite corrupta” (o un grupo enemigo) que es la fuente de todos los males. En lugar de ver al oponente como un rival político, lo presentan como un “enemigo de la nación” o un peligro existencial, lo que destruye la posibilidad de diálogo y acuerdo.
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su obra Cómo mueren las democracias, analizan cómo estas se erosionan lentamente a través de la polarización extrema, la intolerancia y el rechazo a las normas democráticas (como la contención y el respeto mutuo).
Esta erosión le está haciendo mucho daño a la democracia boliviana, porque la polarización transforma a las personas que piensan diferente de ciudadanos con ideas opuestas a enemigos personales, y la intolerancia debilita el tejido social y la democracia.
Ha llegado el momento del desafío: dejar de lado la polarización y la intolerancia que están provocando un “tumor cancerígeno” en la democracia boliviana. Para ello, se requiere, en esencia, un esfuerzo colectivo para pasar de un clima de “ellos contra nosotros” a uno de “nosotros, a pesar de nuestras diferencias”, priorizando el bien común y la convivencia democrática.
Si no somos capaces de revertir la polarización y la intolerancia, nos acercamos a un abismo. La polarización extrema y la intolerancia no solo pueden, sino que son las principales fuerzas que desencadenan y profundizan una división en un país, amenazando su cohesión social y estabilidad democrática.