El proceso electoral más accidentado, atípico e incierto de las últimas dos décadas entra en su fase de definiciones. A mitad de semana concluyen las campañas de los ocho binomios habilitados en la boleta electoral que recibiremos el domingo 17.
En la recta final, un expresidente impulsa, con casas de campaña incluidas, el voto nulo para quitarle legitimidad a una elección clave, por el hecho de que su foto no está en la papeleta. Esto es inédito en 43 años de democracia.
Pese al avance del calendario electoral, se mantienen latente algunos riesgos. El más complicado tiene relación con amenazas de quemas de ánforas y bloqueos del material electoral en algunos municipios, sobre todo por parte de seguidores de Evo Morales, que reclaman la exclusión de su máximo representante político. Hay otros actores emergentes que también quedaron inhabilitados, como es el caso de Jaime Dunn, que aparecía en algunas encuestas como un outsider peligroso para las aspiraciones de corrientes sistémicas. A medio camino quedaron también Chi Hyun Chung y otros que tomaron la delantera hace un año como precandidatos, pero que no consiguieron finalmente estructurar un partido propio o alquilar una sigla.
Otros riesgos evidentes se originan por la débil institucionalidad del país. El choque de poderes ha sido una marca de este proceso, especialmente por la injerencia de jueces en las funciones del Tribunal Supremo Electoral, como ocurrió en las elecciones judiciales. Aunque en el último año se realizaron hasta cuatro cumbres para blindar el 17-A, no hay certeza plena de que las elecciones transcurran con normalidad y se evite una jugada judicial de último momento, que tumbe el tablero o cambie el rumbo.
Las improvisaciones de siglas han tenido también gran notoriedad. Un binomio se bajó a solo dos semanas de las elecciones y hay otro que no ha sido completado y acrecienta el suspenso. El candidato de la dupla incompleta asegura tener un as bajo la manga que dará el batacazo final que nadie esperaba. Queda la duda si realmente este será el “cisne negro” o si resulta otro de los globos de ensayo lanzados en medio de la improvisación.
Las encuestas y la guerra sucia, centrada en los mayores protagonistas de esta campaña, también juegan su propio partido y son amplificadas por las redes sociales y los medios.
La multicrisis que afecta al país se nota en la inestabilidad y en las indecisiones del electorado. El mal humor social de los votantes se refleja en las cifras de las intenciones de voto. Algunos de los candidatos muestran un desgaste por la prolongada y tediosa campaña, que solo les ha alcanzado para mantenerse estables en ubicaciones que no les aseguran un triunfo contundente.
Hasta ahora esta ha sido una campaña insípida y que no entusiasma a los electores. Ni la “inflación” de foros y debates han servido para romper la apatía o para que uno de los candidatos se encumbre como favorito nítido. Hasta el filo del plazo para hacer proselitismo, no ha surgido un factor disruptivo que incline rotundamente la balanza de la competencia a favor de un presidenciable.
Las encuestadoras coinciden en que tenemos a la vista una elección de final abierto entre dos favoritos que no son oficialistas, seguidos a cierta distancia por tres contendientes que solo conseguirían bancadas. Sin embargo, es mejor quedarse con la hipótesis, más que la certeza, de que tendríamos una definición presidencial en segunda vuelta, y con la sensación de que hay una decadencia de la hegemonía oficialista.
¿Quién ganará? Es la pregunta que se repite en las conversaciones cotidianas, sobre todo por la ansiedad que provoca un ciclo tan inestable. Algún analista dijo que en un periodo de inestabilidad la conducta del electorado es igual de inestable, a tal punto que las preferencias de un momento pueden girar de manera sorpresiva e inexplicable. Incluso, se ha afirmado que el elector toma su decisión en el instante en el que entra al cuarto de votación y no antes. Otros aseguran que las campañas electorales inciden cada vez menos y el votante toma con antelación una decisión.
En el caso boliviano, las encuestadoras han coincidido en que tenemos a la vista una elección de final abierto entre dos favoritos que no son oficialistas, seguidos a cierta distancia por tres contendientes que solo conseguirían bancadas.
Sin embargo, es mejor quedarse con la hipótesis, más que la certeza, de que tendríamos por primera vez en la historia una definición presidencial en segunda vuelta, y con la sensación de que hay una decadencia de la hegemonía oficialista que podría dar pie a un cambio de ciclo, pero con una transición complejísima para quien asuma el poder sin gobernabilidad asegurada.