Crónica de Juan Carlos Rocha
No suelo ver peleas de la UFC, pero la noticia de que un boliviano estaría allí por primera vez me prendió frente al televisor la noche del sábado para observar el debut del cruceño José Daniel Chicho Medina.
Cuando llegó la hora, comenzó a sonar “La bomba” y el boliviano saltó a la arena con la bandera tricolor, bailando algo de la coreografía de aquel éxito mundial de 1999 y siguientes años.
Cada peleador tiene su rito, Chicho también. Por eso cuando subió a esa plataforma de ocho lados y cerrado por un alambrado de malla olímpica forrada, Chicho hizo su tradicional volteo sobre la lona.
Cuando el presentador lo anunció por los altavoces y citó “born (nacido) in Santa Cruz Bolivia”, era imposible no estremecerse un poco, como cada vez que un boliviano aparece en algún lugar del mundo haciendo una representación de este país nuestro acostumbrado a perder, principalmente a perder más adentro que afuera y no precisamente en asuntos deportivos. Y ahí estaba ese muchacho cruceño, que abrazaba ilusionado la bandera de todos los bolivianos y que dejó encargado a la producción del evento que digan que su mayor héroe es su papá.
Al frente tenía a Zachary Reese, un texano de expresión dura. Venía de ganar por nocaut en sólo 20 segundos a Julián Márquez. Perdió una sola vez. Ganó siete, todas en el primer asalto, cinco veces por nocaut y dos por sumisión. Todo un monstruo.
El boliviano venía de perder en otro torneo. De sus 11 victorias antes de la campana final, ocho fueron por nocaut. Era su primera vez en la UFC.
Los relatores uruguayos de ESPN se emocionan con el boliviano como si fuera su connacional, mandan saludos a la familia Medina Rivero Salas, en el barrio Radial 17 y medio en Santa Cruz de la Sierra, donde Chicho nació, creció, vive y entrena. La Radial 17 y medio es una zona popular de la ciudad, que nace en el cuarto anillo y se desliza en paralelo a la ruta que lleva a los valles cruceños, hasta ver desaparecer el asfalto y convertirse en una avenida de tierra, polvareda y viento.
Pero apenas comienza la pelea el vendaval viene en los golpes del texano, que castiga con la zurda y la derecha. Quiere saldar cuentas en el primer round y lo derriba.
Chicho está en la lona y los relatores lo alientan desde la tele “A levantarse, a levantarse; en su última pelea Chicho termina perdiendo, pero guerrando; tiene un corazón enorme, un aguante tremendo”.
Cerca del final del primer asalto, Chicho también derriba al mastodonte, pero por muy poco tiempo. La pantalla muestra una sentencia contundente: 38 golpes significantes de Rees contra cinco del boliviano. Aún así, Chicho Medina sonríe y le hace gestos repetidos a su verdugo, como niño travieso que dice “No me dolió, no me dolió”.
En el segundo asalto Chicho Medina recibe un golpe fuerte en el hígado, su rostro no puede ocultar el dolor y llegan más golpes de puño arrinconado contra la malla, pero él sonríe.
La tendencia es favorable al norteamericano, que nunca cambió de expresión, pero sus ojos expresan estupor. No entiende cómo es que el boliviano no cae, y pese a recibir una paliza continúa allí, de pie, sonriendo, y por momentos incluso contraatacando, con golpes de su poderosa derecha que lo dejan aturdido.
Los relatores acompañan al boliviano: “Para noquearle a Chicho le va a tener que pegar con un bate de béisbol… Es como pegarle a un zombie, le tiras con todo y vuelve y vuelve el corazón de guerrero de Chicho Medina”.
En el último descanso Chicho se sienta cansado en su rincón, muestra la mano en señal de dolor. Alguien de su equipo le habla y le dice “¿Qué pasó? ¿La mano? ¿Te lastimaste? No importa, no importa tu pinche mano, no tienes nada, respira. Quiero que le peques con esa mano, ¿ok?”
En el otro rincón, Rees se ve aun más agotado. Su preparador le dice dos veces “Si estás cansado, tíralo al piso y mantenlo ahí”.
Comienza el último asalto, y de lejos Chicho hace repetidos ademanes de un abrazo. El texano no entiende nada, así como antes no entendía cómo es que Chicho no cayó, ahora no entiende qué es lo que quiere aquel loco. Chicho se le acerca y le da un abrazo.
Eso es lo que ofrecía, porque está feliz de estar allí por primera vez en su vida. No cualquiera llega a la UFC, y menos desde el barrio de la Radial 17 y medio. Está feliz porque sabe que en su casa lo están viendo por la tele, que cuando vuelva sus amigos lo llevarán a comer unas jibas en la esquina frente a la avenida polvorienta, y dirán “Este es nuestro Chicho Medina, el orgullo del barrio”.
Chicho apuesta a los golpes, se olvida que tiene una mano con problemas, coloca potentes impactos con la derecha y la izquierda, deja atontado al texano, que comienza a ver en riesgo su victoria.
Reese sabe que no podrá aguantar por mucho rato los golpes del boliviano y entonces hace lo que le ordenó su entrenador: derriba a Chicho a la lona y allí lo mantiene hasta pocos segundos antes de acabar la pelea.
Entonces suena la campana. La pelea ha terminado, Chicho Medina ha perdido y su primera reacción es una amplia sonrisa y un nuevo abrazo al confundido texano, que a estas alturas está convencido de que el boliviano está loco.
Después vendrá la noche para el texano; no dormirá pensando cómo es que hasta aquí ganó a todos sus oponentes por nocaut en el primer round y no pudo con el boliviano, que lo aguantó en los tres asaltos y tuvo que ganarle por puntos y aplastado sobre el piso.
En algún otro lado de Las Vegas, Chicho Medina está celebrando. Perdió, pero está feliz, a esa hora ya se ha enterado de que miles de bolivianos lo siguieron y que los comentaristas internacionales de la transmisión en la tele no dejaron nunca de elogiarlo: “Tiene un corazón que no le cabe en el pecho; Chicho Medina tiene una quijada de acero”.