La historia socialista de éxito en Sudamérica se ha derrumbado. Desafortunadamente, lo peor está por venir.
Texto de Juan Pablo Spinetto, columnista de Bloomberg, especializado en negocios, economía y política en América Latina. Anteriormente fue editor gerente de economía y gobierno de Bloomberg News en la región.
El llamado fue dramático: si el gobierno de Bolivia no ayudaba a la industria de la aviación a enfrentar las urgentes demandas de pago en dólares por parte de los proveedores, el país, sin salida al mar, podría quedarse sin vuelos y completamente aislado.
Este fue el último episodio sombrío en el colapso financiero de la nación: una crisis de balanza de pagos al estilo tradicional, provocada por la falta de reservas internacionales para sostener un tipo de cambio fijo al dólar estadounidense, vigente desde 2011. Con reservas internacionales reducidas a aproximadamente una décima parte de los $15,000 millones que alcanzaron en 2014, el gobierno del presidente Luis Arce guarda celosamente cada billete y gramo de oro, lo que deprime la actividad económica, genera escasez de combustible y aviva el descontento social, todo en nombre de evitar una devaluación del insostenible tipo de cambio de 6.9 bolivianos por dólar.
La inflación anual alcanzó casi el 8% en octubre, el nivel más alto desde la implementación del tipo de cambio fijo. La falta de dólares ha llevado a la aparición de mercados paralelos de divisas, especulación febril y proveedores que exigen pagos en moneda fuerte, lo que equivale a una dolarización informal de la economía.
Arce ha intentado contener el colapso revirtiendo la caída de la producción de hidrocarburos, otorgando incentivos a las empresas extranjeras de petróleo y gas, y liberalizando el mercado de combustibles la semana pasada para mitigar la escasez de gasolina. Aunque estas medidas van en la dirección correcta, son insuficientes y tardías: estos desequilibrios se han gestado durante años, como resultado de malas decisiones políticas durante la era dorada del gobierno socialista de Evo Morales entre 2006 y 2019, cuando Arce era su ministro de Economía.
Un enfoque gradual ya no es posible: Bolivia necesita con urgencia un ajuste fiscal profundo, una devaluación de su moneda y la refinanciación de su deuda externa con el apoyo del Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, llevar a cabo estas medidas podría ser un suicidio político para el gobierno socialista. Cuanto más demore Arce, mayor será el costo para los bolivianos.
Con elecciones en agosto, Arce espera mantener la posibilidad de ganar un segundo mandato. Quizás confíe en recibir ayuda de aliados geopolíticos como Xi Jinping, con quien se reunió esta semana en Río de Janeiro. Pero su guerra interna con Morales por el liderazgo del MAS, marcada por golpes de estado y supuestos intentos de asesinato, está llevando al país al límite. Morales, quien pese a una prohibición judicial está decidido a postularse nuevamente, ha movilizado a sus seguidores, que el mes pasado tomaron bases militares.
Los inversores en bonos se han mantenido sorprendentemente tranquilos, con notas bolivianas ganando valor en los últimos meses gracias a las medidas más pro-mercado del gobierno. Pero esto es solo una ilusión. Según Débora Reyna García, de Oxford Economics, la devaluación es solo cuestión de tiempo y podría ocurrir a finales de 2025 o principios de 2026.
“No creemos que suceda antes de las elecciones porque los costos políticos y sociales serían demasiado altos,” dijo. “Algo que tranquiliza a los inversores es que Bolivia no tiene mucha deuda y sus mayores vencimientos están programados para la segunda mitad de 2026.”
Por inevitable que sea este destino, es un triste final para la combinación inusual de populismo y fortaleza económica que caracterizó a Bolivia durante el último súper ciclo de commodities: el país más pobre del continente creció en promedio un 5% anual durante más de una década, eliminó la inflación, redujo significativamente la pobreza y aumentó los ingresos. Pero los días en que Morales encantaba a líderes mundiales con su estilo folklórico han quedado atrás.
Algunos argumentan que las raíces socialistas del proyecto de Morales contenían las semillas de su propia desaparición. Tal vez. Pero las malas decisiones políticas importan: la adicción de Morales al poder, el gasto descontrolado y su rechazo a las inversiones privadas son grandes razones detrás del complejo presente del país.
Lo curioso en el caso de Bolivia es que, a pesar del evidente colapso del experimento socialista, ningún líder opositor ha surgido para aprovechar el caos político. Pero eso podría cambiar: como demostró Javier Milei en Argentina, cuando la economía alcanza un punto de no retorno, solo un forastero puede romper con el sistema y realizar los cambios drásticos necesarios.
Dicho esto, no se puede descartar un giro autoritario al estilo Venezuela, lo que sumaría otro “agujero negro” político en América Latina. A pesar de su impopularidad y sus problemas legales, Morales parece decidido a regresar al poder, ya que las acusaciones en su contra, incluyendo abuso sexual y trata de personas (que él niega), hacen que enfrentar un posible encarcelamiento sea una opción que busca evitar a toda costa.
Como alguien que vivió el colapso de la convertibilidad en Argentina en 2001, puedo decir que una devaluación caótica golpea a la sociedad y a la política de formas impredecibles y duraderas. Solo queda esperar que en Bolivia las consecuencias sean para mejor.
Nota: Este artículo es una traducción del original publicado por Bloomberg. Todo el crédito corresponde al periodista Juan Pablo Spinetto y a Bloomberg