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Opinión

Las elecciones como prólogo

Gonzalo Mendieta Romero
Asuntos CentralesBy Asuntos Centrales3 agosto, 2025No hay comentarios9 Mins Read
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Este artículo fue escrito para el próximo número (disponible en línea desde el 5 de agosto) de la revista Realidad y Perspectivas (RyP) del Programa de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chile. Lo compartimos aquí.

Las elecciones nacionales del 17 de agosto son el prólogo del choque que se dará en Bolivia en los dos años que vienen. Probable vencedora, la derecha apuesta a que el miedo a la profundización de la crisis le permita remontar y rentar del ajuste económico que aplicará. La izquierda, a que la derecha sucumba en los conflictos sociales y el próximo mandato constitucional no llegue a término. Como es usual en nuestro sistema político real, los comicios serán solo una guía de legitimidad de origen; el despliegue de fuerzas definirá quién prevalecerá.

Samuel Doria Medina y Tuto Quiroga gozan hoy de las mayores chances de pasar a la segunda vuelta. El primero es un magnate hábil y pertinaz, sin dotes escénicas, en su cuarto esfuerzo de ser presidente. Su coalición va de la centroizquierda caviar a la derecha dura del líder cruceño preso, Luis Fernando Camacho. Samuel también buscó ser vicepresidente; en 1997, acompañando a Jaime Paz Zamora, y en 2020, en el fallido intento de la expresidenta Jeanine Añez. Por su parte, Tuto Quiroga es el más articulado y con más gravitas (en su sentido en Roma) de los candidatos. Tuto fue vicepresidente del general Banzer (elegido por el voto) y luego mandatario por un año, de 2001 a 2002. En 2005, 2014 y 2020 (aunque se retiró) ensayó igualmente alcanzar la magistratura. Tuto conduce una fórmula de centroderecha y derecha dura.

El entorno de personalidades y profesional de Doria Medina es superior, excepto en economía, en la que Tuto también ofrece cuadros destacados. Quiroga cuenta con una red internacional conservadora en la que se mueve como pez en el agua. Doria Medina pertenece a la Internacional Socialista y publica en sus redes fotos con Pedro Sánchez y, tomen asiento, con Bukele, a quien se refiere con admiración. Los educados aliados de centroizquierda de Samuel escogen pasarlo por alto; al igual que su declaración de que optará por la producción del agro en lugar del medioambiente, llegado el caso. Tuto también ha hecho votos ante los agroindustriales de Santa Cruz.

El candidato vicepresidencial de Tuto es un empresario del oriente, artífice de varios autogoles. Nominado por su juventud, ha acabado por graficar la levedad en esta fase proselitista hasta para hacer dudar del buen juicio de Quiroga. Mientras, Doria Medina lleva como aspirante a vicepresidente a un tecnócrata cerebral, varias veces ministro (incluso de Tuto, con quien se lo vinculaba), con una respetable carrera en organismos internacionales (CAF, BID).

Samuel figura consistentemente en las encuestas a una nariz de ventaja de Tuto, pero dentro del margen de error. En buenas cuentas, es un empate en el primer lugar. Ambos rondan el 20% de la intención de voto, aunque la oposición al MAS bordea y por momentos excede el 60%. Se da por descontado que Tuto y Samuel concluirán cogobernando, quién sabe con algún socio más. Es improbable, empero, que accedan a los 2/3 del Legislativo para promover cambios constitucionales e institucionales de fondo.

Si bien hace décadas que no reside en Bolivia, Marcelo Claure, el boliviano más pudiente del orbe, apoya ahora públicamente a Samuel. Esta dupla de macpatos es, sin embargo, propicia para el recelo del electorado tradicional nacionalista. Por ejemplo, Manfred Reyes Villa, alcalde de Cochabamba y candidato presidencial (va en tercer lugar, algo lejos), los acusó de negociar a oscuras el litio boliviano. Aprovechó así para vengar por doble partida la altanería que le dispensa Doria Medina en los debates y unos desubicados tuits de Claure en la red X, espacio en el que suele desbocarse. La duda es si la notoriedad y los doblones de Claure son un activo en el balance de Samuel o un pasivo simbólico. Hasta ahora sus efectos se sienten solo en el círculo rojo.

A falta de Evo Morales en la papeleta electoral, el joven presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, es la alternativa de la izquierda. Va cobijada por patrocinadores de fama como Rodríguez Zapatero y, menos ostensiblemente, por la socialdemocracia institucional: para el buen observador, la fundación alemana Friedrich Ebert Stiftung (FES) en La Paz no esconde su predilección, aunque nominalmente el socialdemócrata sea Doria Medina. Los hermanos García Linera también giran detrás de esta propuesta neomasista, enfureciendo más a Evo. Los poderosos cooperativistas mineros marchan igualmente con Andrónico, para espanto de las poblaciones rurales que los sufren y de los medioambientalistas.

Andrónico ha resultado menos listo que su mentor en estas lides, pese a su mejor formación (es politólogo de la universidad pública de Cochabamba). Rodríguez elude los debates presidenciales, salvo por los que organiza el Tribunal Supremo Electoral. En las entrevistas, cae hasta en las preguntas obvias. Por ejemplo, asintió que el gobernador de Santa Cruz es un preso político (una herejía para la narrativa de su tendencia), para luego corregirse apurado, alegando “tergiversación”. Andrónico patinó asimismo al divagar cómo le paga al costoso estratega español Antonio Gutiérrez Rubí. No podía alegar, claro, que fuera un regalo de sus amigos en el mundo o de potentados nativos. Los aportes extranjeros están prohibidos y el flanco era predecible.

Rodríguez intenta jugar dos cartas: una, la de la renovación, compitiendo contra sexagenarios y hasta un septuagenario (Manfred Reyes Villa), dicho con incorrección política. En esta era de adoraciones apolíneas, la sabiduría de los años vende menos. El segundo naipe de Andrónico es la identidad. Samuel y Tuto son el epítome de las clases altas. Y si bien en Bolivia casi nadie es “blanco” en un sentido nórdico o siquiera porteño o santiaguino, Tuto y Samuel no pasarían un test de apariencia aymara, quechua o guaraní. Encima, la raigambre indígena y popular de ambos es diminuta.

Andrónico despliega, en cambio, un quechua fluido. Evo mismo farfullaba solo unos vocablos más que el autor de esta nota en alguna lengua vernácula. Andrónico es un indígena urbano-rural, educado, buen mozo, de habla moderada, aunque con menos contenido del que parecía. Sin embargo, expresa la sociedad boliviana contemporánea mejor que Evo, Samuel o Tuto.

Evo ha resuelto castigar la emancipación de su pupilo y blandir la consigna del voto nulo. La incertidumbre cunde, a 16 días de la votación. Un tercio de los votantes está indeciso o votará blanco o nulo. Solo otro tercio ha definido su voto (o sea, al menos 60% podría cambiarlo). En pasadas elecciones, el voto nulo y blanco totalizó alrededor del 5%.

Un trozo de aquel tercio desencantado es de antiguos votantes de Evo. Julio Córdova, un experto en estudios de opinión, no descarta que Andrónico tenga un 10% de voto oculto, que no le alcanzaría hoy para ir al balotaje a mediados de octubre. Los números de Rodríguez en las encuestas van en declive. En la última de la red televisiva Unitel, bajó al 6%. Rodrigo Paz, hijo del expresidente Jaime Paz, le pisaba los talones.

Evo busca barrer a su competencia en la izquierda y restarle legitimidad a la elección, aunque hasta el 13 de agosto Evo podría postular a senador por algún partido, por una risible regla electoral. En todo caso, no será Andrónico el beneficiario de ese remoto premio mayor.

Como buen emperador, Evo odia a sus sucesores porque le presagian su ocaso. Si Evo acaudillara la corriente “popular”, aceptando un candidato que no sea él, la izquierda acariciaría un resultado espectable. Pero Evo tiene otros planes y no devienen solamente de un narcisismo no diagnosticado. Él calcula que la derecha será rápidamente impopular gobernando con sus íconos de siempre: Samuel, Tuto y Manfred. Estos dirigirán un Estado en quiebra, en una fase -inicial, al menos- de sequía de dinero, trabajo e inversiones, acatando las condiciones de los financiadores internacionales y sin el élan vital de Milei ni su chic de reformador de la política.

En esa alforja mileista, Jaime Dunn, un libertario de clase media alta y circunspecto por andino, fue descalificado por las autoridades electorales. Dunn incumplió requisitos para inscribirse, pero la resolución de su caso se refugió en el formalismo. No da para hilar una teoría de la conspiración, pero los miembros del Tribunal Electoral, los oficialistas y los demás opositores duermen todos más relajados sin un outsider como Dunn: subía veloz en los datos no publicados, pero confiables. El respaldo de Dunn podría coronar a Tuto o a Samuel, aunque talvez Jaime espera desempolvar su traje de campaña relativamente pronto, por la previsible anemia del siguiente gobierno.

Más que por razones constitucionales, Evo no participa ahora porque Luis Arce lo dispuso y los tribunales y la oposición lo sacramentaron. Sin Evo y Dunn estas elecciones cojean más, por izquierda y por derecha. Otro punto a favor de la jugada de Morales. Este confía en que la nostalgia del auge vivido en su régimen le restituya la centralidad, por más que él originara este descalabro.

Aquí es frecuente preguntarse estos meses cuál hito de nuestro pasado próximo se compara con el presente: ¿1978-1979? Los frágiles mandatarios se sucedían, la inflación se descontrolaba y varios experimentos se turnaron hasta recalar en 1985. Ese año, Víctor Paz Estenssoro impuso un programa exitoso, marginó a la izquierda por veinte años y liberalizó la economía, secundado por un general Banzer convertido a la democracia. ¿2002? Sánchez de Lozada fue electo con bajo porcentaje, coaligado con Jaime Paz. Luego sumó a Manfred Reyes Villa, pero dejó el país a las apuradas, con más de 50 muertos en las protestas de 2003.

La historia latinoamericana y la boliviana dan para más analogías; ninguna es apocalíptica, pero podrían ser políticamente incorrectas, aventuradas o francamente desquiciadas. Mejor dejarlas ahí. Nadie es profeta en su tierra, esta vez en sentido literal.

Gonzalo Mendieta Romero
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