Las dos columnas anteriores las dediqué a las elecciones mexicanas y de la Unión Europea y aproveché para extraer algunos aprendizajes (learnings para los más sofisticados): los primeros (de las mexicanas) es que hay alianzas “envenenadas” —cuídese “del árbol al que se arrima” (con su perdón, esto también va para las oposiciones en la ALP y la confianza “renovada” en Rodríguez, que ya los dejó “con los crespos hechos” en la elección del presidente senatorial) y “de la sombra que lo cobija”— y que no hay que confiar en las encuestas a pie juntillas —en el caso azteca sobre los pronósticos para el Distrito Federal, congresistas y varias gobernaciones y hasta en la selección de candidatos—; después, de las europeas, que los pronósticos se equivocan —disculpen el sonsonete—, que de las grandes proclamas de Liberté, Égalité, Fraternité sólo motiva, y mucho, a los votantes jóvenes la de Liberté (por cierto, la tríada es el lema de Haití; vale como ejemplo de algo muy venido a menos); que los largos discursos cuajados de promesas de todo tipo y los extensos programas de gobierno —que sólo leen el asesor de marketing y (extractadamente por éste) el publicista que le trabaja—, los grandes partidos —el PAN, el PRD, el PRI, el Justicialista en esta tierras y aquende y por allende los socialistas, los moderados de derecha, los centristas (y ni hablar de comunistas, zurdería radical y Verdes)— y las proclamas grandilocuentes van camino acelerado a mucho menos; que los jóvenes (generaciones de millennials y centennials, vuelvo a mencionarlos, muchos ya nuevos votantes latinoamericanos e incluso muchos en la envejecida Europa) esperan de los políticos “que les hablen claro a ellos” (si quieren sus votos) y esos políticos les digan sin tapujos qué van a hacer —con todos sus despropósitos, ¿acaso les recuerda como ganó Milei? Incluí Venezuela en una de esas columnas para ejemplificar que las primarias abiertas pueden fallar por las externalidades —la dictadura madurista— y sólo salvarse la “unidad” por la constatación de muchos de que había una necesidad incuestionable, que no habría “primogenitura” y que pesaba —y mucho— un liderazgo incontrastable (ahora en aparte obligado, pero siempre con su luz de primer plano).
Hoy leí una interesante columna que mencionaba, entre otras afirmaciones que me eran válidas, la imperancia de que, para optar por ganar, candidatos “potables” para el electorado tras de «cada uno debería haber un programa de Gobierno y un partido con capacidad para ejecutarlo». Igual que no creo en primarias opositoras —porque no hay otros candidatos en cada oferta, aunque haya muchas ofertas (u ofertados u ofrecidos, mejor dicho), y porque no creo en la pertinencia y valor de “nuestras” primarias ni abiertas ni cerradas— ni en encuestas ni en la efectividad, como ya puse, de largos discursos valóricos —en un mundo y momento donde ni en la escuela (ni muchas veces en la familia) se enseñan valores diarios (“arcaicismos” y “supercherías” para buena parte, si no toda, la progresía)— ni en grandes partidos ni en líderes eternos (agrego suficientemente depreciados) con las consignas de siempre: o ya fracasadas o como aguas tibias (“ni chicha ni limonada”) o más de lo mismo. Para esos aspirantes a brujos (muchas veces sin caldero), les recomendaría aprender con Alexa Mohl y olvidar aquello que repiten: «ayer no, ¡mañana sí!» y «tanto va el cántaro a la fuente…» (quizás acá pujaría con Samaniego y los huevos).
Para motivar al electorado —el desencantado con los de siempre y el aún no encantado por ninguno— me bastaría recomendarles a los aprendices de encantadores (o encantadores antes fallidos o fallados) una receta simple: oigan a la gente; hábleles con su lenguaje y sus expectativas —sobre todo con los jóvenes— y sobre sus necesidades —pero nunca (¡jamás, por ninguna razón ni tentación!) ofrezca “el oro y el moro” ni, menos incluso, “más de lo mismo de siempre”—; olvídese los grandes mítines —que si son “de” alguien en el Poder o con e$e poder, los que asisten van por la coyunda o por el “socorro” y su compromiso será más voluble que el de las gallinas— y también descarte de las viejas campañas: no olvide que en Bolivia había en 2021 más de 12 millones de celulares (y no llegábamos a esos millones de habitantes) y casi 8 millones eran smartphones (2018), además que más del 55 % de los cerca de 3 millones de hogares tienen Internet (2020)… ¡Olvídese de cómo hacía campañas antes del 2015!
Además: usted no necesita partido —miren el que prima, rasgado de arriba abajo— pero sí necesita una organización estructurada horizontal (en toda la circunscripción que vaya a terciar: nacional, departamental u otra) y verticalmente (en la jerga es “alineada”), no una juntucha coyuntural de última hora, que no criba porque no hay tamiz que lo soporte; forme, supere y promueva nuevos liderazgos; sea empático, y prometa lo justo: en Argentina, antes de las pasadas PASO, un respetado gurú decía respecto de un candidato que enarbolaba siempre promesas que aseguraban muchas dificultades para los más con el inicio de su gobierno (huelga decir quién era) que «nadie vota para estar peor» y, después de que se hundía su axioma porque los más lo votaron, lo cambió para «nadie vota para estar siempre peor» olvidando que la promesa de “un posible futuro mejor” le sirvió a los comunistas y a los sociatas y siempre ha sido argumento de todas las fes.
Por último no sean viejos… de mente, aunque sean jóvenes. Hay muchísimos siempre así.