Nostradamus, su seguro servidor, economista de día, lector de hojas de coca por la tarde y terapeuta sentimental de mandatarios por las noches, ha vuelto a poner su sabiduría al servicio de la patria. Después de siete fumadas poderosas, una por cada crisis ministerial anticipada, la visión fue clara: el amor en Palacio peligra. No por falta de votos, sino por exceso de egos. Así que, con humildad y un toque de incienso institucional, aquí van unos sanos consejos para la novel pareja del poder.
Primero: no se griten en público. Los micrófonos tienen más memoria que los votantes. Si uno dice “me siento desplazado”, el otro no debe responder “yo también tengo legitimidad popular” delante del gabinete. Eso es lo más parecido a discutir en un bautizo o peor en un entierro de suegra Recuerden, mis queridos tortolitos republicanos: los problemas de pareja se resuelven en la intimidad… o, al menos, en un consejo de ministros sin prensa. Jamás se lava ropa sucia en el TikTok.
Segundo: practiquen la Separación Temporal Asistida. No es necesario que duerman en alas distintas del Palacio, aunque la idea no es mala, pero sí que se den un respiro. Un retiro de 48 horas en silencio, cada uno con su grupo de confianza (sin asesores intrigantes, esos son el equivalente político de los amigos chismosos y las amigas intriguientas). El poder necesita distancia para que la pasión legislativa no acabe en tragedia constitucional.
Tercero: escriban cartas. Sí, cartas. Nada de comunicados de prensa o tuits crípticos con emojis o TikTok con músicas románticas de Juan Gabriel de fondo. Juan, No José. Cartas escritas con corazón y tinta roja oficial. Que el Presidente diga: “Cuando convocaste a conferencia sin avisarme, sentí que nuestro proyecto se rompía.” Y que el Vicepresidente responda: “Cuando no me invitaste al gabinete, me sentí fuera del marco de la historia.” No subestimen el poder terapéutico de la papelería.
Cuarto: definan una palabra clave de tregua. En toda pareja hay un botón de pausa. En la política también debería haberlo. Puede ser “Democracia”, “Tregua”, o “Miel con api”, “papi churro” “Bolivia, Bolivia Bolivia…” solo tres veces . Más irrita al otro y parece que uno se ha colgado como Computadora Quipus, o busque otra palabra lo que inspire calma. Cuando alguien la diga, se suspende toda discusión y se apagan los micrófonos. No importa quién tiene la razón: lo importante es que ninguno vuelva a hablar al pueblo con voz temblorosa y ojo húmedo.
Quinto: recuerden que el enemigo no es el otro, sino el Ciclo Negativo del Poder: reclamo, silencio, filtración, desmentido, y vuelta a empezar. Si logran ver que el problema está en el patrón y no en la persona, pueden salvar el matrimonio político y de paso el país. Y si no, siempre quedará el divorcio por diferencia ideológica irreconciliable, con el pueblo como juez y parte.
Y finalmente, el consejo más sabio que las hojas de coca me susurraron entre humo y destino: el poder, igual que el amor, no se grita, se cultiva. No se impone, se negocia. No se monopoliza, se comparte. Gobernar juntos es bailar con la historia: uno lleva el paso, el otro el ritmo, y si pisan el mismo pie muchas veces, el pueblo cambia de orquesta.
Así que respiren hondo, miren al horizonte y recuerden: no hay decreto que cure una herida de ego, pero un buen gesto a tiempo puede evitar una guerra civil emocional. Nostradamus, Nostra para los amigos, los saluda, con fe en la reconciliación, incienso encendido y una ligera sospecha de que esta historia todavía tendrá segunda temporada.
Yapa practiquen, lo que dice la música de Palito Ortega es algo antigüita pero muy sabia. Va un pedacito de la letra: “Y cuando el destino quiera
Jugarnos algún revés
Antes de separarnos
Contaremos hasta tres (uno, dos, tres)”
