El 2025 no solo es el año en el que Bolivia cumplió sus primeros 200 años de existencia como república. Podría convertirse también en el momento en el que el país vea concluidos 30 años de participación exitosa de un entramado socio-sindical, que desde 1995 compitió en todos los comicios con el nombre genérico de “instrumento político”.
Hace tres décadas, el movimiento campesino organizado en 1979, tomó la decisión de extender sobre el país su primer brazo electoral. Así recogía y repetía la ingeniosa fórmula del movimiento minero que ensayó algo similar en las elecciones del 3 de enero de 1947. La presencia de Filemón Escobar en ambos instantes históricos no es ninguna casualidad. Con su participación en ese congreso agrario y orgánico convocado hace 30 años en el departamento de Santa Cruz, Escobar, ex militante trotskista, refrendaba la aludida transferencia tecnológica del proletariado minero al campesinado. En otras palabras, Escobar le pasaba la receta a Evo.
En 1947, los mineros llevaron a dos representantes suyos al Senado y a siete, a la cámara baja. Sus nombres están registrados: Juan Lechín y Lucio Mendívil para el piso superior del poder legislativo, y Jesús Aspiazu, Alberto Costa de la Torre, Adán Rojas, Mario Torres Calleja, Humberto Salamanca, Aníbal Vargas y Guillermo Lora en la plancha de diputados. Todos ellos militaban en el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) o en el Partido Obrero Revolucionario (POR) y conformaron dentro del hemiciclo el bloque minero parlamentario. Los nueve, junto a los tres congresales electos en las listas específicas del MNR, fueron la cabeza de oposición durante las administraciones de Herzog y Urriolagoitia. En abril de 1952 se batieron en las calles de La Paz y Oruro hasta meter a Paz Estenssoro y Siles Zuazo en el palacio.
Que un sindicato expanda sus funciones al grado de participar en elecciones y contar con una bancada que le ayude a legislar, es un ardid que se fue aplicando reiteradamente en Bolivia. El Movimiento al Socialismo (MAS) convirtió esa práctica en rutina a partir de 1995 y solo tardó 10 años en alcanzar su primera gran victoria nacional, ocurrida en diciembre de 2005. Todo acá parece un reloj, que da brincos de cinco en cinco.
Es verdad que este 17 de agosto, los ciudadanos bolivianos elegiremos sobre todo al hombre que nos conduzca a la salida de la actual crisis económica. Es correcto que ese fue el dilema principal de esta elección y que, en torno a probables medidas económicas, ha girado todo el debate.
Sin embargo, en caso de que el MAS y sus variantes terminen relegados a los últimos puestos de la contienda, se habrá quizás desmoronado un modo de hacer política en el país, por el que los grupos organizados imperan sobre los individuos y por el que la agregación de intereses territoriales o gremiales asfixia cualquier preferencia ideológica personal. Aunque quizás no sea ello lo que se juega en estos comicios, será muy relevante entre los historiadores que tal giro sea tomado en cuenta.
En Bolivia, aún muchas personas se rehúsan a decidir su voto en la soledad de la papeleta desplegada ante sus ojos y lo hacen en consulta con sus vecinos y compañeros de faena agrícola. Tras la conformación del estado plurinacional en 2009, la ciudadanía liberal se expandía de un modo lento y vacilante. ¿Será que este 17 de agosto nos comportaremos por vez primera de un modo distinto y más convencional para el mundo que poco o nada nos observa?