El cruceño-cruceña ha sido infectado por una enfermedad, que no es mortal pero sí contagiosa. Pero más que una enfermedad es una actitud de vida, pero que la misma se va concretando en golpes, patadas, agresiones, violaciones e incluso la muerte en sus diferentes expresiones: asesinatos, golpizas, accidentes de tránsito, suicidios, etc. Los psiquiatras dirían es una enfermedad mental, la que viene haciendo estragos en el mundo y conduciendo a miles de personas a la locura o al suicidio.
La violencia y la intolerancia que ya viene alcanzando decibeles altos en la sociedad cruceña, ahora es parte del diario vivir y de los afanes de sobrevivencia de las personas, y en muchos casos se llega al extremo de apretar el gatillo para disparar contra la humanidad del otro.
Claro que la violencia y la intolerancia no son enfermedades como el cáncer, la pancreatitis, la tuberculosis, el resfrío, etc., pero que ambas se están expresando en el decir y actuar del ciudadano de las llanuras orientales. Los casos han sido públicos, desde lo más superficial, como esa familia que increpa a la otra que no quería jugar con espumas en una entrada precarnavalera: fueron carajazos, HPD, collas de mierda; hasta llegar a asesinatos a sangre fría, teniendo Santa Cruz el récord que en menos de dos meses, ocho personas fueron ejecutadas por otros a plan de balazos y sin derecho a réplica. El último asesinato del capitán de la Policía Boliviana, Aldunate, con más de ocho balas en el cuerpo y a plena luz del día, viene a coronar esta vorágine de violencia que estamos siendo parte en el “motor del desarrollo nacional”, en el modelo de la economía. Violencia al extremo. Crímenes con alevosía y premeditación.
Y el carnaval vino a coronar la preocupación que lanzamos en este articulo: Santa Cruz es una sociedad enferma y con altos niveles de violencia, en la que estamos involucrados todos, no solo éste es un problema de los pobres, de los marginados, de los jóvenes, de los renegados o de lo que cierta prensa llama las “pandillas”, los “topos”, los “drogadictos”, con los dos casos de infanticidios con violencia y odio extremo que ocurrió en las últimas 48 horas: un bebé de un año fue golpeada y violada en el barrio Guapurú. El sospechoso un adolescente de 16 años. En Warnes un joven de 19 años golpeó brutalmente a su hijastra de dos años, hasta matarla.
Del 1 al 4 de marzo se registraron en el país 520 casos por hechos de feminicidios, infanticidios, violencia sexual entre otros. De los cuales la Fiscalía de Santa Cruz tiene anotados 96, sin duda constituyen cifras de alta incidencia para la violación de los derechos humanos a la vida, integridad, paz social de la sociedad en su conjunto.
Ya no se diga de los hechos de violencia contra la mujer, las violaciones a niñas y adolescentes, los feminicidios hasta se están convirtiendo en algo normal que ocurra en las familias, siendo Santa Cruz el departamento que lidera las cifras de incidencia a nivel nacional. Un asesinato de una mujer poco nos ha conmovido, aunque sí las redes sociales y la prensa se han llenado de las bondades y la belleza de la Reina del Carnaval Cruceño.
Santa Cruz, tierra caliente, excitante, provocadora, caótica, simpática, en la que todo se puede hacer, y si no se puede hacer, su gente traspasa los límites de la legalidad y convive con lo prohibido, con lo enfermo, con la violencia, con los peligros de cada día, sin importarle el derecho de los otros, como ocurrió en martes de carnaval cuando una turba de jóvenes hizo su paso destructivo por la calle Ballivián apropiándose de lo que encontraba a su paso.
Los cruceños no solo estamos enfermos del cáncer, de insuficiencia cardíaca, del páncreas, de la próstata, de apendicitis, de las fiebres, del sida, también estamos enfermos de otros males, de otras pestes, de esas que no se ven, pero que penetran en el organismo y cuando lo hacen es casi imposible que salgan. Nuestros males son la ira, la intolerancia, el enojo, el desorden, las violencias, cuyos síntomas son el pan de cada día; el micrero que trabaja desde las cinco de la mañana hasta la medianoche, no tiene nalgas ni cabeza ya para atender de la mejor manera a los pasajeros, y los trata con irrespeto y éstos, que no se dejan, y le dicen “colla de mierda”, lo cual termina en algunas grescas; el vecino que se adelanta a la policía y lincha al sujeto que fue encontrado robando en algún domicilio, y los canales de televisión que se encargan de registrar esas pavorosas imágenes y todavía nos dicen que era en exclusiva. Los comerciantes que se enojan cuando un ama de casa busca precios menores de las verduras, de los comestibles y le dice: “Si querés comprar, casera, hacelo y no preguntes tanto”. Los insultos y las peleas de dos o tres ciudadanos que se ven involucrados en un accidente de tránsito, priorizando lo material, es decir, más preocupados del estado en que quedaron sus vehículos, que en sus propias vidas e integridad. Cuando el semáforo da verde el de atrás de grita o te hace sonar la bocina a todo dar. Las caricias verbales que nos damos todos los días en las calles: “Colla de mierda, hijo de puta, malparidos, cojudo, cabrones, viejo burro, vieja puta, cunumi alzao, camba bruto, maracos, hijo de chola, cochinos, puercos, desgraciados, imbéciles, pendejos, opa caído del catre, estúpidos, viejo cabrón, gramputa, carajo, paco de mierda, borracho de porquería, cornudo” y tantos otros, que ya son parte de nuestro lenguaje diario, hasta inclusive se están convirtiendo en formas de convivencia social. Algunos dirán que está bien que sea así, antes que nos agarremos a tiros, a puñetazos, a golpes, a martillazos, pero no debemos minimizar la situación ni desviar la atención. Son algunos ejemplos de la vida diaria, de la realidad de todos los días, que usted, amable lector, lo ha vivido de una manera u otra.
Al fin y al cabo, son síntomas de una sociedad enferma, que va camino a encontrarse en terapia intensiva. Las borracheras, el alcoholismo, son fáciles toneles para inundarse de momentos fugaces y escaparse de la realidad. Son estas enfermedades sociales, que son parte de cada comunidad, y que la mayoría de las veces se equivocan en las formas de cómo enfrentarlas y solucionarlas. Al parecer, deben seguir su rumbo.
“Llegaron nos empujaron, gritaron, se llevaron la comida, entramos en pánico, nuestro carnaval y Santa Cruz se han convertido en escenarios de violencia, que al parecer las autoridades les gusta convivir con ello y nos duele, como si los ue agreden están sedientos de sangre y de violencia”, señaló una señora con lágrimas e impotencia, víctima de las agresiones en la calle Ballivián.
La literatura cruceña reflejó a la otra Santa Cruz, esa que se expresa y navega en la oscuridad a plena luz del día, así como Homero Carvalho, la retrata: “Toda la ciudad se convierte en un local de fiestas, mingitorio incluido. La gente se disfraza, se pinta, se tiñe, se empolva, se moja, se ensucia, baila y bebe, todo sin medida. Toda exageración es poca en esos bacanales legitimados por el Estado con feriados nacionales. El carnaval permite a la gente disfrazarse para dejar su verdadera personalidad. La máscara, en este caso, no encubre, descubre. Poco a poco la ci udad va recobrando su engañosa apariencia de sociedad civilizada con la que nos encubre el resto del año”. (El Espíritu de las cosas).