Por Christian Aramayo, economista experto en fortalecimiento institucional
¿Cómo lograr que el crecimiento económico sea sostenible en el tiempo? La historia económica boliviana cuenta con numerosos casos en los que la explotación de materia prima logra generar crecimiento por unos años y luego vuelve a caer. ¿Por qué no es sostenible? El premio Nobel 2025 implica un reconocimiento de los procesos de aprendizaje y da algunas respuestas. Veamos:
La decisión del Comité Nobel de otorgar el Premio en Ciencias Económicas 2025 a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt es, como no podría ser de otra manera, una advertencia histórica: los países que progresan son los que comprenden que la innovación no florece en el vacío, sino dentro de un marco institucional que protege, estimula y canaliza el cambio.
Mokyr, historiador económico, estudió por qué el crecimiento económico sostenido —algo que el mundo experimenta desde hace apenas dos siglos— fue posible solo después de la Revolución Industrial. ¿Por qué? Antes de ese período, la humanidad inventaba, sí, pero no sabía por qué las cosas funcionaban. La ciencia moderna, la libertad de pensamiento y una cultura abierta a las ideas permitieron que la innovación se hiciera acumulativa. En sus palabras, “una sociedad que no puede explicar el progreso, no puede sostenerlo”, lo que me hace acuerdo a antiguos vídeos educativos de Alex Tabarrok.
Por su parte, Aghion y Howitt —creadores del célebre modelo de crecimiento por destrucción creativa (1992)— mostraron que cada nueva tecnología destruye lo que existía antes; un nuevo producto desplaza a otro, una empresa innovadora deja obsoleta a otra y, con ello, se generan tensiones sociales y políticas que deben gestionarse con inteligencia institucional. El dilema está claro: si los grupos afectados logran frenar la innovación, el país se estanca; si la sociedad logra manejar el cambio, todos avanzan.
Son muy malas noticias para los seguidores de las hipótesis del decrecimiento, la teoría de la donut… es un golpe muy duro contra los seguidores de las ideas más populares de Malthus, que se resumen en que los recursos globales no pueden llegar a satisfacer el ritmo de crecimiento poblacional. La historia nos demuestra lo contrario y el Premio Nobel 2025 es contundente.
¿Qué implicaciones tiene para Bolivia?
Esta teoría (en sentido académico estricto, es decir, sustentada en base a la evidencia científica) tiene consecuencias muy concretas para países como Bolivia, que atraviesa su crisis más severa en cuatro décadas. No nos faltan ideas, ni talento, ni recursos: nos faltan instituciones. Nos falta un marco institucional cuya estructura de incentivos premie la creatividad, que reduzca los costos de emprender, que proteja la propiedad intelectual y que asegure la competencia. En términos técnicos y desde el Nuevo Institucionalismo Económico, seguimos atrapados en estructuras que elevan los costos de transacción y castigan la eficiencia.
En Bolivia, un innovador puede tener una gran idea, pero deberá enfrentar permisos interminables para abrir su negocio, inseguridad jurídica, monopolios estatales, sistemas judiciales imprevisibles y un aparato regulatorio que desincentiva el riesgo. En tales condiciones, la innovación se convierte en heroísmo individual, no en política
pública.
Mokyr explicó que la Europa del siglo XVIII se abrió al cambio porque sus instituciones dejaron de temer al conocimiento; Aghion y Howitt, que la prosperidad moderna requiere permitir que lo nuevo reemplace lo viejo. Nosotros, en cambio, seguimos defendiendo estructuras caducas, empresas estatales ineficientes y políticas que protegen privilegios en lugar de crear oportunidades.
La lección del Nobel 2025 es clara: sin instituciones no hay innovación, y sin innovación no hay crecimiento sostenido. Las ideas requieren libertad; la libertad, reglas; y las reglas, legitimidad. El contexto de las elecciones nacionales es un gran momento para un pacto por la innovación y la institucionalidad. Uno que reconozca que las universidades, los empresarios, los trabajadores y el Estado deben alinearse para liberar el ingenio de los bolivianos. Que entienda que la tecnología y el talento no pueden florecer en un entorno de arbitrariedad, corrupción y miedo.
Si algo podrían enseñar Mokyr, Aghion y Howitt a Bolivia es que la historia premia a quienes tienen el coraje de construir instituciones que permitan el cambio y protejan la libertad. El desarrollo sostenible no es producto de la magia ni elucubraciones hipercentralizadas, es método, ciencia y, sobre todo, fortalecimiento institucional.