La política es parte del vivir diario de los ciudadanos, aunque estén lejos de ejercer el poder, el tan preciado tesoro que pocos aspiran y cuando tienen el poder entre sus manos lo disfrutan y dicen que por el pueblo están ahí para trabajar por los pobres, los marginados, los olvidados, los discriminados, los sufridos. Aunque poco a poco van olvidándose de ese pueblo que les dio su voto.
Hoy en día la política corre por las venas de cada ciudadano. No otra cosa significa que en reuniones familiares, sociales, comparsas, fraternidades, en asambleas el tema imprescindible es la marcha del país, la crisis económica, el proceso electoral y sus candidatos, las guerras sucias entre las fracciones del MAS, las jugadas de la oposición. La gente opina, habla, descalifica a unos y a otros, quiere que su voz sea escuchada.
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Además da rienda suelta a su imaginación, al sarcasmo, al humor. La política y los políticos también es para reírse de ellos.
En fin, ahí está el ciudadano con hambre de poder, con sed de justicia, con ansias de participar, no quiere dejar que los políticos solos decidan la suerte del país, buscan ser parte y lo hacen ejerciendo sus derechos a la libertad de expresión, de opinión, de participación, que en muchos casos, es de indignación y malestar por los hechos que ocurren, como las corrupciones, la falta de combustible, las duras peleas entre los parlamentarios, las desubicadas declaraciones de gente del poder y de tantas otras situaciones, pero lo que falta es saltar de esta indignación a los hechos, así lo siente la comunicadora e investigadora social, Vania Sandoval: “Considero que son tiempos de opacidad política, existe una aparente participación ciudadana pero en el fondo no es viable acceder a una legítima vigilancia ciudadana ni control social (hablo de manera general, hay excepciones). Se participa en redes, en medios, se puede salir a marchas o incluso ejercer medidas de presión en algún caso. Sin embargo, vemos que la ciudadanía en general no está participando en la veeduría y fiscalización de la gestión pública.
Hay un espacio público con opiniones de distintos niveles, eso sí. El ciudadano opina y se molesta, pero no logra revertir la crisis de institucionalidad ni los niveles de autoritarismo (otra vez, en términos generales). Si denuncia corrupción, la regla es que la denuncia quede en nada y no se esclarezca y menos se sancione”.
Enfrascados ahora en un proceso electoral intenso, confuso e incluso violento, la voz del ciudadano se viene alzando, demandando responsabilidad a los candidatos, quienes deben tener la capacidad de escuchar o leer lo que ese ciudadano le dice cada día, que al final es el destinatario de toda acción política.
Pero en Bolivia, el ejercicio de la política se ha convertido en un instrumento para identificar al enemigo y darle con todo al mismo, así como está sucediendo en el oficialismo y en la oposición, divorciados de la realidad dinámica y del sentimiento colectivo de la gente: rechaza esa forma de hacer política de los políticos.
La política ha ingresado a los hogares, las oficinas, a las universidades, a las fábricas, a los hospitales, a los parques y ha reafirmado lo que hace siglos el filósofo griego Aristóteles señalo: El hombre es un animal político, solo que ese animal cuando llega al poder se convierte en una bestia, que no le importa nada para mantener ese poder, ya nos lo dijo el filósofo francés, Michel Foucoult: El poder es una bestia.
Luis Andia, docente universitario y politólogo, señala que la sociedad boliviana está altamente politizada y en los últimos años eso se trasladó a la sociedad cruceña, que viene demostrando un radical cambio, dejando atrás el discurso dominante del Comité pro Santa Cruz, para insertarse en el proceso político y en la lucha por la hegemonía del poder: “Una sociedad que el civismo decidió politizar y que sobrepasó al civismo mismo, es decir, la sociedad cruceña se politizó más allá del eje del discurso cívico, que años antes no se metía para nada con los partidos políticos. La sociedad cruceña está altamente politizada, está así después de las jornadas del 2019 con las elecciones truncas, la clase media citadina que se movilizó tiene en su memoria colectiva que se movilizó enérgicamente con posiciones duras que es capaz de cambiar un presidente, eso como creencia en una sociedad que le da una fuerte sensación de que la política está en sus manos y no necesitan de la mediación de los partidos políticos”.
Así de politizados vamos a seguir, porque la recuperación de la democracia en 1982 fue un logro colectivo de todo un pueblo en movimiento: obreros, campesinos, mineros, fabriles, profesionales, indígenas, empresarios, mujeres, porque ahí entendimos que vivir en democracia es el sistema político que preferimos.
El filósofo argentino, Mario Bunge, señala que “La democracia no es solo el “mejor medio para distribuir y controlar el poder: también es el objetivo que se debe conseguir por medio de la participación ciudadana”, y esta participación se ha venido incrementando, tal como lo constató el sociólogo Renzo Abruzese, y que dejó plasmado en su libro: “Ciudadanos de a pie, hacia una teoría de la democracia ciudadana”, en el que sostiene que “A la ciudadanía no le interesa la política entendida como doctrina o ideología, le interesa como acción social, orientada a la satisfacción de sus expectativas, y no es de derecha e izquierda, de ninguna filiación política. Se dirige al Estado de forma directa, al que tiene como su interlocutor y entabla un diálogo político. Desde el 2019 ha iniciado un proceso de instalación para validarse como un nuevo frente al Estado, a diferencia de los sectores o movimientos organizados como los mineros, obreros, interculturales. La ciudadanía participa y hace política y está en un proceso de constitución de estructuras de representación más ordenada y más jerarquizada, claro que no participa de la misma manera que los partidos políticos, pero ahora tiene mayor alcance y genera influencias gracias a las tecnologías que les permite estar vinculados y hacer circular sus opiniones o pedidos”.
Claro no le pidamos al pueblo que en sus ansías de opinar y participar hable o teorice de Marx. Adorno, Troski, Zabaleta, Jouvenal, eso es para los expertos y académicos, ese pueblo da rienda suelta a su sed de ser escuchado y encontró en la política una puerta amplia para ese objetivo.
“A partir del retorno de la democracia emerge una mayor participación ciudadana de nuestra sociedad, nos dividimos, empezando a tener una identidad política, mas allá de los partidos políticos, esa ciudadanía empieza a tener colores y discursos políticos”, remata el agudo estudioso de la política nacional, Luis Andia.
El ciudadano ya no quiere ni puede estar al margen o esperar pasivo que unos cuantos decidan y pongan en marcha el aparato del poder. Precisamente, Karl Popper en su imprescindible libro “La sociedad abierta y sus enemigos”, lo dijo claramente: “La voluntad de estos seres no es quedarse cruzados de brazos, dejando que toda la responsabilidad del gobierno del mundo caiga sobre la autoridad humana o sobrehumana, sino compartir la carga de la responsabilidad o los sufrimientos evitables y luchar por eliminarlos”.