Crónica de Manuel Campo Vidal
Úrsula von der Leyen es ya más presidenta de la Comisión Europea que hace cinco años al ganar por mayor diferencia. Buen comienzo. La Unión tiene que ser más fuerte frente al desafío de Rusia, China y Estados Unidos. Muerto Biden, a ver quién para a Trump. Para ello, la solidez representativa de los dirigentes europeos es básica, aunque el Parlamento esté más fragmentado y derechizado; pero la ultraderecha aún no lo domina. Ahora toca designar comisarios, entre lo que ofrecen los Estados, que no siempre roza la excelencia.
Aún con gobierno solvente, el programa es determinante. Europa será irrelevante, y por eso juega una última oportunidad, sino invierte más en investigación, tecnología y, desgraciadamente, en defensa. Se ve venir un comisario de defensa y otro para ocuparse exclusivamente del Mediterráneo. En ese mar, de Algeciras a Estambul, como cantaba Serrat, origen de las culturas griega, egipcia y romana, se resumen todos los dramas del mundo actual: tragedias desgarradoras de inmigración; guerras interminables, como en Siria, e intentos de exterminio, como en Gaza; estados fallidos, léase Libia; amenaza yihadista en varios frentes; desarrollo económico desafiante en la orilla norte frente a la deprimida orilla sur; dos llaves geoestratégicas del comercio mundial, como el Estrecho Gibraltar y el canal de Suez; y escenario de choque de servicios secretos de todas las potencias.
Algo más en el programa renovado de la Comisión: vivienda y desinformación. Ahora, más que nunca, medio mundo quiere venir a vivir al Viejo Continente, que rivaliza en depresión demográfica con Japón; habrá que alojarlos. Esa presión, sumada a los capitales ingentes de fondos de inversión, está produciendo un auténtico corrimiento sociológico, de barrios gentrificados con expulsión de jóvenes, pobres e inmigrantes a las periferias. Las autoridades, salvo excepciones, colaboran con su planificación urbanística irresponsable. Un ejemplo: Madrid tiene tres millones de habitantes en la capital y otros tres largos en la Comunidad. Pero quiere recibir, y recibirá, otro millón más en poco tiempo. Como otras capitales españolas y sus periferias seguirán creciendo, se agravará todavía más ese desequilibrio insostenible del 85 por ciento de la población española viviendo en solo el veinte por ciento del territorio. Y el resto, en proceso de despoblación, e incluso desertización.
Lo dicho para España vale para otros países europeos, aunque el desequilibrio sea inferior en Francia; en Italia, y en Alemania, dos países con mayor población pero menor territorio, la despoblación no se aprecia tanto, aunque exista.
En su discurso, la presidenta Von der Layen se detuvo en la amenaza de la desinformación. Europa sufrió sus consecuencias porque tuvo alta influencia en el referéndum del Brexit. Rusia se volcó con los nacionalistas y los estadounidenses también, a través de la empresa Cambridge Analítica, para lograr que la Unión perdiera a su segunda potencia. Ahora los británicos lamentan el engaño, pero lo cierto es que tiene muy difícil arreglo y Europa es menos fuerte. (Ya saben los partidarios de la independencia de cualquier territorio europeo dónde encontrar ayuda).
En paralelo, en España, Pedro Sánchez presentó su polémico proyecto de regeneración democrática, más aparatoso en el anuncio, que concreto. De ahí que se sospechara de una cortina de humo ante los episodios de investigación a su esposa y a su hermano. Algo, sin embargo, es cierto: hay supuestos medios, con subvención y sin apenas redacción, que sirven para lanzar bulos que luego algunos jueces admiten como indicios para investigar. Ese circo debe terminar porque ensucia y amenaza la democracia.