El Instituto Nacional de Estadísticas nos ha regalado una buena noticia: en julio, la inflación mensual fue apenas del 1,20 %. Casi podríamos celebrarlo con una empanadita de queso… si no fuera porque ahora cuestan el doble. El mes pasado, la inflación había sido un más vigoroso 5,21 %, lo que sugiere que nuestro monstruo inflacionario ha decidido trotar en vez de correr, pero eso sí, sin dejar de avanzar.
Ahora, si uno deja de mirar el árbol mensual y observa el bosque de precios acumulados de enero a julio, la historia se pone más sabrosa: una inflación de casi 17 %. Y si ampliamos la mirada al periodo interanual (de julio 2024 a julio 2025), el panorama se vuelve digno de un thriller económico: más del 25 %. Pero donde la película se convierte en una película de terror es en el rubro de los alimentos, que registran un incremento cercano al 40 %. Es decir, comer se está volviendo un lujo reservado para los que tienen acciones en el supermercado o un huerto bien resguardado.
Mientras tanto, el impuesto inflacionario, esa silenciosa expropiación que no necesita decreto ni asamblea, sigue devorándose con elegancia los salarios. Los precios suben en ascensor directo al penthouse, mientras los ingresos van por las escaleras, con bastón, sin baranda y cargando una garrafa de gas.