No es fácil escribir sobre lo que duele. Pero creo que hay momentos en la vida donde el silencio se convierte en cómplice de lo injusto y callar por miedo es ceder terreno al abuso. Hoy hablo desde lo que viví, con la necesidad profunda de comprender y compartir una lección:
Comparto brevemente a los lectores el hecho para que comprendan el panorama completo:
Una mañana pegaron en la puerta de mi casa del barrio el Molino en la ciudad de Tarija una imputación de la Fiscalía de Cochabamba, que decía que debía presentarme al día siguiente en a las 9:00 de la mañana en esa ciudad. Se me acusó por publicar un comunicado en el Facebook, a raíz de la función pública que ejercía como jefe institucional de comunicación en la oficina central de la Agencia Nacional de Hidrocarburos el 2020. Indudablemente este hecho no dependía de mi autoridad, sino del director nacional de la agencia. Aun así fui imputado.
Gracias a Dios tuve compañía de gente (contada con los dedos de las manos) muy querida, quienes me apoyaron en esta vía crucis. Sobre todo un abogado cochabambino con un alto sentido de la ética y compromiso: doctor en leyes Boris Mansilla. Esa vez pude postergar mi primera declaración. Posteriormente tuve que viajar a Cochabamba a declarar en medio de un ambiente cargado de angustia. Y después siguieron los trámites, documentos que iban y venían. A la vez afrontar los altos costos económicos. Hasta que con el paso de los meses mi imputación fue rechazada por la comisión de fiscales. Un acto de absoluta justicia.
Cuento este asunto, no por lo que me sucedió, sino por lo que representa. En una época donde la justicia dejó de ser una institución para convertirse en un arma. Muchos ciudadanos pasaron por lo mismo: procesos armados, acusaciones débiles y una maquinaria judicial más interesada en castigar que en esclarecer.
Es fundamental dejar constancia de estos hechos para comprender cómo el uso político de la justicia erosiona la democracia y vulnera derechos básicos. Cuando un sistema judicial es manipulado para castigar a personas por razones políticas, la seguridad jurídica desaparece para todos.
Contar esta historia es un acto de memoria. No busco venganza ni compasión. Es un llamado a no permitir que la justicia se use para perseguir. A recuperar la democracia como práctica real, donde disentir no sea un crimen y el miedo no sea rutina.*vientosdelsur.