Es, quizás, el ejercicio económico más agresivo y arriesgado que China implementará desde aquellas reformas emblemáticas lideradas en los años noventa con Deng Xiaoping. El gigante asiático ahora debe enfrentar una crisis profunda que pone en riesgo el llamado “milagro económico” y la estabilidad del liderazgo de Xi Jingping a nivel mundial.
La sintomatología que padece China se basa en unos consumidores muy deprimidos, una deflación que acecha a la vuelta de la esquina y la percepción de muchos empresarios chinos que están desilusionados debido a sus temores más profundos que tienen sobre las vulnerabilidades de China.
De acuerdo a un informe The Economist, se prevé que China pierda el 20% de su fuerza laboral para 2050. De hecho, aquella famosa fuerza laboral trabajadora china inmensa, se está reduciendo año contra año y el auge inmobiliario más salvaje de la historia ha fracasado junto con el sistema global de libre comercio que utilizó para enriquecerse, el mismo que se estaría desintegrando. Son temas no menores y que tienen a Xi Jinping como un funámbulo al borde de la caída.
Las relaciones con Estados Unidos están un poco más estables, pero, sin lugar a dudas, se mantienen muy frágiles. Su sociedad con el mafioso Putin y su apoyo a sus incursiones bélicas, lo ubican en un extremo muy complejo en una guerra nuclear, en la que todos pierden. Los funcionarios chinos están convencidos de que Estados Unidos restringirá mucho más las importaciones desde China y se penalizará a más empresas asiáticas, independientemente de si es reelegido Biden o retorna Trump a la Casa Blanca en noviembre. Todo puede pasar y la incertidumbre está muy presente en todos los estamentos económicos chinos.
Combinando una suerte de tecnoutopismo, planificación central y obsesión por la seguridad, Xi planea dominar las industrias del mañana, pero sus contradicciones serán casi un reflejo que decepcionará al pueblo chino y enojará al resto del mundo. Y esto es muy peligroso para el equilibrio de poder a nivel mundial. Una China golpeada es una China más peligrosa. Si China estuviera estancada y descontenta, podría ser incluso más belicosa que si estuviera prosperando. Y ya todos sabemos lo agresivos que pueden llegar a ser las empresas privadas y estatales chinas en todo el mundo.
China quiere dejar atrás el acero y los rascacielos y pasar a una nueva era de producción en masa de automóviles eléctricos, baterías, biofabricación y una “economía de baja altitud” basada en drones. Su nueva ruta de la seda ya está armada.
Pero China, según The Economist, podría volverse como Japón en la década de 1990, atrapada por la deflación junto a una severa crisis inmobiliaria. Peor aún, su modelo de crecimiento desequilibrado podría arruinar el comercio internacional. Y, de ser así, eso podría aumentar aún más las tensiones geopolíticas. Por lo tanto, Estados Unidos y sus aliados no deberían celebrar ese escenario.
El principal objetivo final de Jingping es invertir el equilibrio de poder en la economía global. China quiere controlar gran parte de la propiedad intelectual, clave en nuevas industrias y cobrar, obviamente, las millonarias rentas correspondientes. La ecuación política es que las multinacionales irán a China a aprender, no a enseñar.
Pero hay un pequeño detalle. Para los analistas económicos, el plan de reactivación de Xi estaría equivocado. Y lo estaría por un defecto esencial que es el descuido a los consumidores chinos. Aunque su gasto eclipsa a la propiedad y a las nuevas fuerzas productivas, representa sólo el 37% del PIB , cifra muy inferior a las normas mundiales.
Para inducir a los consumidores a ahorrar menos se requiere una mejor seguridad social y atención médica, y reformas que abran los servicios públicos a todos los migrantes urbanos. La renuencia de Xi a aceptar esto refleja su mentalidad austera. Detesta la idea de rescatar a empresas inmobiliarias especulativas o dar limosnas a los ciudadanos. Los jóvenes deberían ser menos mimados y estar dispuestos a “comer amargura”, afirmó Xi Jingping. Y, a nadie le gusta comer miseria.
Pero entonces ¿por qué China no cambia de rumbo? Una razón fundamental es que Xi no escucha. Como todo autoritario, su ceguera y sordera son gravísimas. Bajo el gobierno centralizador de Jingping, los expertos económicos han sido marginados y la retroalimentación que solían recibir de los líderes y especialistas se ha convertido en halagos y sobadas de espalda. Gravísimo. Además de que la seguridad nacional tiene obsesionado a Jingping por sobre la prosperidad.
Todo parece indicar que la crisis caerá sobre las cabezas chinas y el equilibrio mundial también podría caer.
Texto de Javier medrano rodríguez
periodista y cientista político